Al pisar la casa de los cristales inmensos y esas vanas cosas voladoras, se sumergieron en un vacío idiomático y cultural. Y cuando encontraron un par de zapatos al parecer confiables a los cuales preguntar, se percataron de que no iba al caso. Variaban el lugar, la gente, el modo, pero la constante se mantenía; estaban tan perdidos como siempre.
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Hay que callarselo lo todo, callar ante todo y observar desde fuera del encuadre. Hay que servir los ojos a una buena causa, ellos deben atrapar , aprehender entre sus pestañas alicaídas las formas y los tintes magistrales. Hay que escuchar los coros, los gritos, los corazones cuando galopan o cuando ante un estornudo se detienen un milisegundo atontandos, aprender que los milisegundos albergan las mayores extravagancias. Hay que ser el propio contenedor, acaparar recuerdos, memorizar circunstancias, minucias,lo macro, lo micro; anotar minutas, seguirlas en memorandums plausibles; sentir entre las costillas,en los dedos que hormiguean, sentir cada paso, cada fibra, cada músculo que se activa. Oír las multitudes animales, oírse en medio, oírse apartado y hacer notar la diferencia. Hay que esperar con paciencia y sin ella. Esperar que el saco se llene de ideas,morfemas que revoloteen como mariposas y abriéndose paso por cada poro la poesía eclosione.
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Mientras observo intento atrapar las palabras que revolotean sobre mi mente, las que escapan a los lazos racionales y que tantas veces me han servido para nada. Hurgo en los bolsillos buscando algo inexistente, más que todo para entretener las manos inquietas.
El mundo transcurre y me hago un lado para ver las cosas que marchan ordenadas en un caos terreno, entre tanta máscara y sentimiento es imposible no sentirse apabullado. Entre tanto desfile desigual la gente no sabe que está sola hasta que siente el aliento frío del vacío. Y es que entre tanta fanfarria la gente se entiende a gritos, o se calla y hablan sus gestos, los colores chillones, los sonidos estridentes. No abundan palabras o las pocas se pierden antes de crecer y transmitir algo, se escurren en las gargantas y rebotan en la acera. Desde la periferia veo la procesión que avanza y mis palabras se agazapan en un nudo, abrazadas, para apaciguar su miedo.¿Cómo se rompe el hielo, se quiebra el silencio, se censura el mutis y se sabe qué decir, preguntan?
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Y es esa lluvia tan estúpida que no te empapa. Esa especie de adelanto de estación. Los paraguas no sienten deseos de rehuírla y se quedan enfundados o atrapados en carteras, el banquete empieza y es que a nadie le interesa mojarse o no mojarse en particular. Quizás aparezca un arcoiris, o la lluvia sea tan ácida esta vez, que se oxide el mundo. Qué importan los paraguas, que importan si llueve de una manera tan tonta y la nube parece burlarse de los que se amparan bajo los letreros. Esta agua no moja, no empapa, no humedece; se evapora al tomar contacto con el material lanudo y sintético, pues llueve luz.
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Una tarde cualquiera, con las calles inmutables, con los patrones recortados y oscuros. Mientras espera ud mirándose los zapatos, intentando imaginar como se posiciona la aguja del reloj, sin punto de referencia. Es preferible sin esos puntos, piensa,sin indicadores, sin el molde de la vida diaria, sin comidas estipuladas, observando la luna y su halo neblinoso, en mitad de la avenida.
Observa impávido con las manos en los bolsillos, y cuando ese alguien que espera llega, no se inmuta. Absorto en aquella luna , prefiere sentir el calor de ese cuerpo y su respiración agitada antes que voltear y aniquilar esa fantasía.
Comparten una mano, hasta que se calma y miran los dos como se deforma ese pétalo frágil, cómo es estragado por la neblina y lentamente devorado por la noche. Oscuridad. Frío. El calor se disuelve en el momento en que la luna se aparta de su acecho. Ella lo soslaya porque también prefiere estar sola.
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Hace algun tiempo los pasos caminan solos. Transitan por la vida en apariencia vacuos, arrastrados por el invierno, por el viento las calles, indiferentes entre tanto mar de gente,tan vitalidad, tanto humo de chimenea,caminan como si no existieran ni ellos ni el resto, con agilidad y premura.Son un esquema, por lo menos es lo que piensan los demás pasos al encontrarse con ellos y saludarlos.
Cuando esto ocurre los pasos no les hablan, solo dibujan una expresión calmada, parecen cansados, es posible que esa aseveración sea cierta. Los otros pasos no comprenden la transformación, no entienden el cómo, el porqué, la médula del cambio; no se explican cómo el paso cesó de socializar y puso piloto automático a su rumbo. Ya no se detiene y apenas saluda, parece desinteresado y aunque le han llegado murmuraciones, dan la impresión de no importarle.
Pero lo cierto es que los pasos observan cada ínfimo detalle, se arrastran en lo más recóndito de las calles, encaran los semáforos y evitan otros pies.
Es extraña la sensación de aqueja a esos pasos.
Se sienten transportados a una realidad paralela, admiten que nada es lo mismo. Que probablemente no pisen las mismas huellas y de vez en cuando olfatean el futuro, arrugando la nariz y el entrecejo, para no admitir que tienen miedo.
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El caso es que las gotas de lluvia se parecen a esa mueca que te hace diferente, y podría afirmar que sin lugar a dudas en el interior te cobijan los fantasmas que crea el fuego. Te veo cavilando sentada, con las rodillas presas por tu barbilla, con la taza de té que se enfría sin que te des cuenta, analizando la simbiosis que extrañamente tienen las paredes y el mobiliario por estos días.
Tu ventana sigue cerrada, pero yo sigo esperando paciente. En mi memoria han quedado esos extractos de la fragancia de la madera, y los jirones de pintura descascarada que penden de los extremos. Te imagino alzada como golondrina frente ella, mirando como los aires calmados se esparcen por la ciudad, como esta despierta quejumbrosa, pegando su modorra a los ciudadanos cada día. O quizás sentada con las manos en las mejillas, amasando el frío de tus dedos partidos por la pena, tu nariz enrojecida, las pestañas húmedas y la mueca de esa boca que solicita compañía. Y es que eres una reclusa sumisa de ese ventanal.No has asomado el cuerpo en meses, pero no te incomoda; mantienes el cristal limpio para poder observar el preludio y el cierre del día, te basta con poder oír el trino amortiguado de unos gorriones y ver como se balancean en sus patitas , es suficiente para ti poder contemplar la realidad tras el cristal, pegando la nariz al vidrio, empañando las emociones florescientes con tu respiración acompasada, a salvo, jugando a enviarme mensajes codificados mientras llueve y espero que asome tu frente emancipada a través de las cortinas de tu portillo.
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Mientras el silencio era sostenido, y nos mirábamos todas con una pasmosa solemnidad, tronó. La realidad en sepia se volvió rápidamente gris, corrimos azuzadas por el más animal terror. Cundió el pánico, las escaleras de dos en dos subimos, nos alejamos y nos detuvimos a mirar; por la esquina emergió un pedazo de cobertor, desde el fondo saltaron animales de globo.
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Presto mayor atención y te leo las comisuras, es necesario saber tu disposición de ánimo; es necesario descifrar los artilugios en medio de esa cara de póquer y esa sonrisa gatuna. Saber que mapas dibujas, como eres el ideario de este pensamiento y como manipulas a este fenómeno que tienes en frente,saberte.
Entonces llevo las manos a mis sienes que palpitan, no entiendo, me encierro en la negativa y en la prolongada prorroga de esos labios.
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Demos un día por descontado y salgamos a caminar
Las excusas no importan
Dejemos todo de lado y sintamos en la planta esa arena mojada
Agreguemos entre los dedos esa mies desgranada
Si gusta me toma la mano, y cultivamos semillas en sus líneas
Si gusta no nos miramos y caminamos callados
Yo soy ciega y usted es guía y bastón,o viceversa,
o nos divertimos fingiendo que sollozamos
Y criticamos la vida falsa y sin sentido
Pero nos apoderamos de aquel instante volátil
Por frívolo que parezca.
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Hace un par de días me he perdido en medio del ajetreo en curso.Hace unas horas lo he notado. Me perdí en la esquina reciente de unos ojos chocolatados,al regatear esa mínima cuota de estima; pasó una muchedumbre por mi campo visual y me arrastró como viento huracanado por las calles.No supe donde estaba ni recordé lo que a mi atención llamaba, desapareció mi hoja de encargos y hurtaron mi bolso.
Uno de mis pies tropezó en una vereda, con las hormigas insurrectas que salían atropelladas de la botillería; una mano extraña me sostuvo, los dedos calzaban perfecto entre ellos, como un engranaje o un rompecabezas disociado, mientras me conducía en medio del tráfago.Me guió a través de la ciudadela nefasta, compartimos ciertos de apretones amistosos, visitamos un pueblo ignorado en medio del azufre renuente , nos leyeron las cartas los gitanos, nos codiciaban la suerte escupiendo predicciones en billetes obsoletos. Confirmaron mis sospechas de pérdida inminente en el interludio del desarme del campamento; se fueron caída la tarde , dejando un lodazal inmaculado.
La mano extraña me condujo a través de nuevos senderos que discurrían por el pueblo al que habíamos vuelto. Unos afiches empapelaban un muro inmenso, y, cuando el viento proyectaba células nórdicas en mi cabello, los dedos se aflojaron y me quedé sola.
Atisbé en derredor, recalculé la envergadura de mi zapato en esa calle vasta y me di por perdida. No sé la hora ni desde hace cuanto, visto ropa sencilla y liviana porque es verano, zapatillas rotas con cordones desabrochados, tengo el cabello lleno de palitos de hoja quebrados y la mirada extraviada. No sé más. Si me divisa a lo lejos y me reconoce, ruego darme aviso de mi encuentro, es tarde y quiero dormir en mi cama.
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Me he dedicado a mirar sus despojos estos últimos días. He notado que hay ciertos aspectos que han cambiado. Quizás el otoño naciente nos haya desencontrado a destiempo. Supongo no lo ha notado, ni tampoco las lagunas frente al espejo.
La vida es como mirar el paisaje desde la ventanilla de un tren, probablemente en este viaje no estemos compartiendo asientos, y no podamos comentar acerca de lo que vemos. Desde mi actual ubicación se ve el cielo un poco nublado, surcado por esas nubes que bien pueden parecer música; es agreste el cuadro, se ven personas aisladas en medio de algunos pantanos, llamando a sus animales con paciencia. Probablemente no vea usted lo mismo, y una urbe magnánima transcurra frente a sus ojos, trayendo en su ritmo vertiginoso una verdadera novedad; que mi paisaje rupestre nunca ha poseído. En todo caso, no importa. Me parece que saboreo alguna extraña satisfacción al mirar mi mano escuálida en el vidrio, y al apoyar la cabeza en este, me parece verlo en el asiento trasero.
Evoco ciertas estupendas palabras y una fragancia de café en su compañía, ahora me parece que ya todo nos es indiferente y no sé a quien culpar; dado que siempre hay un culpable.
¡En fin! Quizás no le importe que le entregue este sobre abierto y sin fecha, hice un cálculo mental acerca de las impresiones que le provocarán las confesiones de esta carta al releerla .No le exijo me responda ni se excuse por no hacerlo, quizás no sea lo suficientemente transparente para decírselo a la cara. Sólo tengo el valor para pedirle una cosa: no me deje sola.
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Transcurres como granos de arena a través del reloj aquel.Te conozco pero no te toco, pues te desharías al instante, te atrapo pero te escurres entre mis dedos. Quédate tranquilo en mi palma, quédate un instante paupérrimo y observa como me transformo en aquella misma arena, como me pierdo suspendida en el aire, o atrapada en aquel infierno infinito que llamamos tiempo un día.
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Deseo tu mano entre la mía
Las arrugas desplazadas en sentido inverso
La calidez que transmite
La piel casi transparente
Que cubre esas venas rugosas,
Las líneas fusionadas
Las uñas chocando
Los vellos erizados
Las cicatrices que nos hablan
Del porqué entrelazamos los dedos.
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Joven:
No quiero abrir más sobres crípticos que son remitidos a mí, pero no para mí, sino para una muerta. Le aclaro que sus misivas me ofenden y me causan desazón, que no me interesa encontrar palabras que son como flores mustias o discursos fúnebres. Usted no me conoce, no descubrió más que unas pocas hojas del montón de mi otoño. No tuvimos invierno porque no existíamos, o no el nosotros por lo menos. La primavera es engañosa y efímera, pero usted parece empecinarse en creer que algo de dulce hay entre tanto suicidio cotidiano. No somos un verano por motivos que piensa que desconozco, pero sé más de lo que sabe usted que yo sé; sé dejar a las personas sin mirar por sobre mi hombro, recoger mis perchas y marcharme apenas oída la orden, en cinco minutos. Se comprar boletos a una velocidad inimaginable y quemo las cosas sin dejar rastro de humo. No crea que olvidé, porque es mentira, siempre recuerdo las fechas, las caras, las ocasiones, el ruido que tenía un árbol, la ovación de los álamos, el mutis infranqueable de las nubes de polvo y las puñaladas también. Yo perdono, no olvido,¿le queda claro?
Devolvámonos algunas cosas, que quizás ni notamos que cedimos. No me interesa conservar recuerdos en el fondo de un baúl, saquémoslos a flote y gritémonos unas cuantas verdades, aunque sea de un modo violento y poco civilizado. ¿A quien le interesa un poco de urbanidad en estos momentos?
¿Ha visto la panorámica desde el fondo de ataúd en que moro gracias a sus cartas? La frente gélida, las comisuras cosidas al revés, una impasibilidad francamente irritante, la visión anterior de unas caminatas irrelevantes…Responda: ¿Es que los recuerdos de antaño están más vivos que la versión real?
No pretendo seguir reprochándolo.Le envío su fajo de cartas y cosas a la brevedad. Devuélvame mis partes, me siento incompleta. No invente necedades. Si no desea pagar el franqueo , lo cancelo yo.
PD: Dudo que me crea capaz de remitirle esta carta, señor. Quizás jamás mencioné que las muñecas de porcelanas vienen en cajas de sorpresa.
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Se conjugaban en montoncitos rítmicos sobre la superficie pulida de la mesa, reflejando el bronces añoso y nuevo, se reunían al lado de un cuaderno de notas y una lapicera fajos de billetes agrestes. Mientras se adicionaban a la cuenta y se apretaban más papeles en el fajo, y una melodía metálica llenaba el departamento. Con el entrecejo fruncido se concentraba en sacar las cuentas eficientemente; un olor a óxido y sudor de manos aleteaba en sus fosas nasales, aspiró en silencio perturbador, esperando que el aroma se adentrara en su cuerpo, se sintió dopado, repasó la cuenta, se pasó la lengua por los labios con satisfacción, garabateó una nota en la esquina de la hoja, guardó los billetes y monedas bajo llave.
Se retiró a cobrar. El proceso no cesaba de causarle placer, se volvía intransigente, y no pesaba en su conciencia pues se hallaba en su pleno derecho. Miró a su interlocutora con frialdad, sopesó la situación, la barbilla le temblaba al balbucear una tímida explicación a la cual no prestó atención, ofuscado y firme frente a la puerta. Mantuvo su postura mientras jugueteaba con unas monedas que tenía en su bolsillo, sostuvo la puerta con una mano de venas sobresalientes y entró al domicilio. Volcó lo que se cruzó en su trayectoria, omnipotente, hasta que llegó a la cómoda de la mujer y tomó el dinero. Esta lo observó arrodillada en la alfombra, impotente, incapacitada de hablar, en medio de los destrozos que había dejado el prestamista, sola entre aquellas paredes sucias que se agrandaban cada vez más.
El vaho invernal le recorrió el cuerpo y manoseó los billetes en silencio, tranquilizándose. Había perdido el control. Cruzó la calle, el dinero era suyo, miró un cartel del teatro, tenía pleno derecho, pensó en comprar una entrada, allanar era necesario, desechó la idea, gente desvergonzada, se abotonó el abrigo, manoseó los billetes, que se alimentaba de sobras, apretó los puños, hasta que sintió las uñas calientes, de rodillas sin hacer nada.
Al llegar al departamento guardó el dinero y repitió las cuentas con apatía, aspiró el olor sedante del dinero en sus manos, pero en lugar de tranquilizarse le produjo náuseas, una repugnante sensación que le cubría el cuerpo y las manos, sobre todo las manos. Las lavó y cepilló con fuerza, las dejó reposar bajo el chorro de agua varios segundos, hasta que se hubo disipado el olor. Se sintió aliviado, se las arropó con la toalla, se dispuso a comer más tarde, olvidando lo acontecido; sin que alguna vaga reminiscencia turbara su mente.
Dejó que su cena frugal se enfriara sobre la mesa, sosteniendo un tazón sin oreja en una mano, sacando cuentas con la otra. La casa se hallaba en silencio, el plato raquítico se traslucía a la luz de una oscilante ampolleta, la única de la estancia. Se llevó un poco a la boca, sintiendo el olor pútrido extenderse por su paladar. Prosiguió desinteresado, hurgó entre nítidas neuronas grises y pensamientos opacados, buscando el fruto del aberrante sentimiento que le profanaba la mente. La sensación estaba atada a su cuerpo, bajo sus papilas gustativas, en el sudor que expelían sus poros, en el cuero cabelludo.
Antes de dormirse observó el sereno desfile de luces citadinas, pidiendo que el hedor aciago que rodeaba su aura se evaporara. Divagó entre serpientes, boca arriba en su cama, intentando relajar sus extremidades en perpetua tensión.Dormía profundo pasadas unas vueltas del minutero, aferraba la sábana con las manos, mientras se hundía en la negrura. Era la nada, él era la nada, su corporalización era nula, el espacio circundante también. Se entregó pacedero, inequívoco . A lo lejos algo arrullaba, acercándose. Percibió el ruido de monedas cayendo a borbotones, en cascada; corrió con el sonido atacando a su cordura, un olor nefasto se propagó entre las monedas; olor a dinero. Sudó frío intentando despertar, las monedas le rodeaban y comenzaba a escupir fajos de billetes.
En la mesa los montoncitos rítmicos crecían y decrecían, el cajón estaba volcado y sus entrañas vomitaban billetes que volaban por la ventana abierta. Abrió los ojos espantado y degustó el sabor acre en su lengua, las arcadas se presentaron acompañadas de un llanto silencioso.
Etiquetas: Cuentos
Traslocara vidas y destruirá familias
Para agachar la cabeza en caída libre
Tapando la cara para evitar lesiones
Con la pala en la mano y la huesera en el bolsillo
Hasta que la historia se lo trague
Y maquille su tiranía de gloria.
Etiquetas: Poemas
El día que se cayó el cielo a pedazos desperté temprano, oyendo entre sueños a un gallo fugitivo. Cogí un reloj destartalado, que no se movía, en cuyas manillas no quedaba ya restos de rutina. Me paré, abrí la cortina, un hombre me saludó con gesto cómico, una abeja me zumbó al oído, el cielo estaba raro; gaviotas fugitivas se perdían entre las nubes, o quizás estas últimas las engullían como resto de viaje. Las aves eran turistas perdidos en un color pálido, entre un algodón voraz; me pareció interesante. Tomé un vaso y su agua se volvió hiel, leí los obituarios esperando encontrarme. Comencé mi día con el mismo patrón de siempre, vivir hasta que las piernas se me extinguieran de tanto caminar. Mis pies conocían bien el suelo, solía caminar mirándolos, pero aquel día particular otro tópico llamó mi atención; no importaba el florido paisaje si el viento no se comportaba y el cielo tomaba el color de la sangre o un buen vino. Las nubes se alargaban formando rostros huraños y hermosos, brillaban o se devoraban entre ellas. La gente no se mostraba inquieta, pero las aves habían descendido y salpicaban la vereda.
La hecatombe sucedió cuando el cielo estuvo tranquilo tras su palidez grisácea emergió un rayo de luna; el viento se apagó, se vislumbraron en las nubes grietas, tronó un estallido de fiera, cayeron uno,dos,cinco pedazos consecutivamente en las calles, sobre los edificios, las embarcaciones.Las personas corrían ateridas, me refugié bajo un pequeño techo, observando la masacre de nubes.
Serían las 3 de la tarde cuando pareció terminar. Salí del refugio y contemplé el cielo.Pequeños pedazos conservaban su imagen habitual, los pedazos del cielo que habían caído dejaron al descubierto un inmundo cielo raso.
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Firme, austera y decidida tiro de la frazada. Yo la retengo, la aprisiono entre mis dedos, me enrollo en ella para no escapar, para que no me obligue a escapar.
Se ha ido, se ha ido. Puedo seguir aquí eternamente sin problemas, sin tiempo, sin cliché ni desayunos.
Ha vuelto a intentarlo, yo me agarro a la frazada con más fuerza aún, me integro a la fibra incorpórea y azul de esta, aspiro el aroma de sus noches y leches derramadas.
Y es que he estado así, yendo y volviendo, desterrada, intentando sacarme a mí misma de acá abajo, de este fragor de pelusa y ayuno.
Algo reposa a mi lado, los resortes se quejan bajo un peso mezquino, algo reposa a mi lado.
-¿No pretendes salir?
-¡No! Déjame aquí, estoy feliz aquí.
-Pero tienes que salir, hay cientos de dilemas auténticos esperando allá afuera.
-Ese es el magnánimo problema, todos me esperan en el exterior.
-Deberías sentirte envanecida, a que persona la esperan?-dijo la voz burlesca-. No a cualquiera, eso es evidente.
-No a cualquiera-repito inconexa, intentando conjugar el verbo exacto, no a cualquiera, claro-, no ha cualquiera lo aguardan para despedazarlo como una hoja seca, dejar solo el cadáver de palitos y deleitarse viendo como me derrito bajo el sol. Gracias, no a cualquiera.
-Exacto. Lo terminablemente amable sería prestarse a la sobrevivencia.
-Amabilidad? Y quien la usa ya? Pueden quedarse esperando las lamias, que no saldré.
-No seas inconexa-no sé si mencioné que sabe todo lo que pienso, soy tan predecible...
-Lo soy, es mi esencia.
Tanteo firmemente el terreno y descubro un poco la frazada, dejando el agujero perfecto para atisbar al exterior.
-No seas cobarde ,sé mártir, como todos. ¿Acaso esto no ha sido siempre una carrera a campo traviesa?
No respondo, el ojo aparece en el resquicio y me cubro espantada.Pupila negra,sí, pupila agrandada,sí,pupila vacía,sí.
-Pero no quiero correr...mírame, soy un estropajo, un papelucho que el viento transporta por las veredas cuando le da la gana. ¿Qué hay de poético, de heroico, de altruista en ello?
-Se llama vida, loquilla. Y tú no sales no por que seas simplemente una hoja caída sin propósito, no sales porque tienes miedo de encontrarte al otoño.
-Bueno, sí y qué... no seré el esqueleto de hoja arrastrada nuevamente.
-Pero no necesariamente debes ser una hoja seca, puedes ser un pañuelo que hace espirales en el aire, puedes ser como un libro recién comprado, con olor a nuevo y todo.¿Quién te ha dicho qué debes ser?
-Soy lo que soy, soy lo que he vivido. Soy el switch torcido que sube y baja en espiral. Fui una hoja seca de otoño, y arrastrada por los vientos además.
-¿Y ahora? –tironeando la frazada, resistencia de mi parte-... ¿y ahora qué eres?
-Ahora-me enrollo más y más-... Ahora, soy una fibra de este edredón, y si salgo, el edredón irá conmigo. ¿No respondes?
Se ha ido en silencio mientras yo me fusionaba con la frazada. Destapo el huequito por donde miré anteriormente.En efecto, me he marchado.
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Se imagina triste bajo aquel manzano
en aquella tarde reñida de truenos y disputas
aliviana el peso de la lluvia en sus ramas
extiende sus raíces rugosas en la tierra mojada
acaba sus ansias de aferrarse a las circunstancias
y empaparse el alma con austeras gotas,
crece mirando al cielo, para obviar la realidad a sus pies.
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El libro estaba sobre la banca, y a su lado un hombre se sentaba a contemplar morboso la vida. En las calles no transitaba un alma, el viento soplaba simpático. Ante la perspectiva de una tarde aburrida de domingo el joven tomó el libro y lo abrió por la mitad. Sus dedos trazaron una línea entre la unión de las páginas, la asió por un extremo amistosamente, la arrancó y la comió con parsimonia.Repitió el mismo procedimiento varias veces.
El sol caía cuando la tinta surtió efecto, su piel mate se pobló de letras góticas y pies de páginas, se hizo translúcido como papel biblia y finalmente concluyó su domingo siendo una historia con patas.
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La cara se me cae a pedazos el mentón se me marchita. Es tan breve seguir un objeto a través del escampado, perseguir una estrella prófuga que empujó unos segundos a la luna, pedir perdón en silencio, evitar mirar a la gente mientras comes porque el plato es más colorido y menos fúnebre. No aludir a los tenedores en cortejo, bosquejar las venidas y las despedidas agrias, descolgarte del árbol como fruta madura de verano, fuera de foco, o dejarte caer comida por las aves. Llego a la conclusión amarga de que mis días no son míos, si lo fueran no pasarían allanados y planos comiéndose los vitales minutos verdosos entre mis muñecas de porcelana fría.
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Que tiburón carcome mis dedos
y qué angustia roe mis entrañas.
Se me enredan en las piernas multitud de hilos
disparados entre el bosquejo de laberinto
transito días confusos
y tardes hastiadas
avanzo un paso y retrocedo veinte
me devuelvo y cierro los párpados
y evito la pupilas para no colisionar con los ojos.
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