Se conjugaban en montoncitos rítmicos sobre la superficie pulida de la mesa, reflejando el bronces añoso y nuevo, se reunían al lado de un cuaderno de notas y una lapicera fajos de billetes agrestes. Mientras se adicionaban a la cuenta y se apretaban más papeles en el fajo, y una melodía metálica llenaba el departamento. Con el entrecejo fruncido se concentraba en sacar las cuentas eficientemente; un olor a óxido y sudor de manos aleteaba en sus fosas nasales, aspiró en silencio perturbador, esperando que el aroma se adentrara en su cuerpo, se sintió dopado, repasó la cuenta, se pasó la lengua por los labios con satisfacción, garabateó una nota en la esquina de la hoja, guardó los billetes y monedas bajo llave.

Se retiró a cobrar. El proceso no cesaba de causarle placer, se volvía intransigente, y no pesaba en su conciencia pues se hallaba en su pleno derecho. Miró a su interlocutora con frialdad, sopesó la situación, la barbilla le temblaba al balbucear una tímida explicación a la cual no prestó atención, ofuscado y firme frente a la puerta. Mantuvo su postura mientras jugueteaba con unas monedas que tenía en su bolsillo, sostuvo la puerta con una mano de venas sobresalientes y entró al domicilio. Volcó lo que se cruzó en su trayectoria, omnipotente, hasta que llegó a la cómoda de la mujer y tomó el dinero. Esta lo observó arrodillada en la alfombra, impotente, incapacitada de hablar, en medio de los destrozos que había dejado el prestamista, sola entre aquellas paredes sucias que se agrandaban cada vez más.

El vaho invernal le recorrió el cuerpo y manoseó los billetes en silencio, tranquilizándose. Había perdido el control. Cruzó la calle, el dinero era suyo, miró un cartel del teatro, tenía pleno derecho, pensó en comprar una entrada, allanar era necesario, desechó la idea, gente desvergonzada, se abotonó el abrigo, manoseó los billetes, que se alimentaba de sobras, apretó los puños, hasta que sintió las uñas calientes, de rodillas sin hacer nada.

Al llegar al departamento guardó el dinero y repitió las cuentas con apatía, aspiró el olor sedante del dinero en sus manos, pero en lugar de tranquilizarse le produjo náuseas, una repugnante sensación que le cubría el cuerpo y las manos, sobre todo las manos. Las lavó y cepilló con fuerza, las dejó reposar bajo el chorro de agua varios segundos, hasta que se hubo disipado el olor. Se sintió aliviado, se las arropó con la toalla, se dispuso a comer más tarde, olvidando lo acontecido; sin que alguna vaga reminiscencia turbara su mente.

Dejó que su cena frugal se enfriara sobre la mesa, sosteniendo un tazón sin oreja en una mano, sacando cuentas con la otra. La casa se hallaba en silencio, el plato raquítico se traslucía a la luz de una oscilante ampolleta, la única de la estancia. Se llevó un poco a la boca, sintiendo el olor pútrido extenderse por su paladar. Prosiguió desinteresado, hurgó entre nítidas neuronas grises y pensamientos opacados, buscando el fruto del aberrante sentimiento que le profanaba la mente. La sensación estaba atada a su cuerpo, bajo sus papilas gustativas, en el sudor que expelían sus poros, en el cuero cabelludo.

Antes de dormirse observó el sereno desfile de luces citadinas, pidiendo que el hedor aciago que rodeaba su aura se evaporara. Divagó entre serpientes, boca arriba en su cama, intentando relajar sus extremidades en perpetua tensión.Dormía profundo pasadas unas vueltas del minutero, aferraba la sábana con las manos, mientras se hundía en la negrura. Era la nada, él era la nada, su corporalización era nula, el espacio circundante también. Se entregó pacedero, inequívoco . A lo lejos algo arrullaba, acercándose. Percibió el ruido de monedas cayendo a borbotones, en cascada; corrió con el sonido atacando a su cordura, un olor nefasto se propagó entre las monedas; olor a dinero. Sudó frío intentando despertar, las monedas le rodeaban y comenzaba a escupir fajos de billetes.

En la mesa los montoncitos rítmicos crecían y decrecían, el cajón estaba volcado y sus entrañas vomitaban billetes que volaban por la ventana abierta. Abrió los ojos espantado y degustó el sabor acre en su lengua, las arcadas se presentaron acompañadas de un llanto silencioso.

1 Comment:

  1. Piloto de juguetes said...
    ¿Qué haremos con la suprema superficialidad,Saltamontes?... ¿Apreciarla y no seguir su ejemplo?...

    Pd:que bueno que volviste!.

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