Las había perdido nuevamente.
Registró el bolsillo por enésima vez, lo dio vuelta y pescó entre sus dedos una pelusa. Con rabia descontrolada miró en derredor y dio vuelta los cajones del escritorio en la cama, levantó la alfombra y miró bajo los muebles. Recorrió todas las habitaciones; pero habían desaparecido.
Se sentó a pensar en la vieja butaca tapizada de cuero, repasando un estrecho itinerario. El día anterior se había sentado en aquel banco de piedra que estaba junto al simbólico árbol, luego había entrado, nuevamente, al hogar, hacía frío. Recordaba haberlas tomado entre sus dedos y haber jugado con el sol que se reflejaba en ellas.
Tomó el abrigo y salió, afuera había una neblina espesa que impedía ver más allá de un metro. Cruzó la calle con rapidez, cortando con su cuerpo la neblina, la luna estaba medio sepultada en un halo níveo, el fragor de la carretera lejana acompañaba el triste cuadro; la banca debía estar a unos metros, un alarido rasgó el aire. E su prisa por encontrar la banca tropezó con algo y metió un mocasín en la fuente; el agua penetró a través de él, le empapó el calcetín y le congeló los huesos. Retrocedió furioso, tropezó con un bulto informe, un alarido rasgó el aire, descubrió al lado de su tobillo una cara cubierta de arrugas, un cuerpo que no se movía, una mano huesuda que aprisionaba su pantalón. Espantado corrió en línea recta, hasta que se convenció de que el bulto informe no lo seguía. Sin saber cómo llegó a la banca, las llaves estaban sobre ella, el árbol ululaba sombrío en medio de la penumbra. Se sentó y contempló el brillo misterioso de las llaves a la luz de la luna, el silencio tronaba, un alarido rasgo el aire, y el ruido de unos pasos turbó su calma.
Corrió con el corazón encogido en el fondo de sus entrañas, hasta que divisó la calle y el farol de su casa, y cruzó sin mirar. Entró a la casa y se dirigió a la habitación, hurgó en su bolsillo vacío, una y otra vez, lo dio vuelta y pescó entre sus dedos una pelusa.
Un alarido rasgó el aire.
Etiquetas: Cuentos