El número no se alcanzaba a distinguir a través de las manchas de grasa y café. Tomó el boleto entre sus dedos y observo la escritura al reverso a contraluz. Creyendo distinguir algo tomó el teléfono y marcó el número. No existía. Reafirmó su creencia anterior de la imposibilidad de que ese algo funcionara, escuchó el monótono sonido del teléfono descolgado. Examinó el boleto una última vez, lo arrugó y este fue a dar al pavimento.

Celos

Estrangulada. Por un momento me sentí estrangulada, abrí los ojos impávidos, comprendí . Traté de no sonreír como hacia cuando me chocaba algo, efectué un rictus variopinto con mi mejilla, se dislocí una risa nerviosa, parpadee esperando que el sudor que cubria mi rostro se evaporara. La luz verde resplandecía en el lecho, me tragué la noticia en silencio, mientras se me escurría el alma de celos. Pensé que quizas tenías motivos importantes, razones de primera instancia, priorizando a tu cuerpo por sobre las fotos, que quizás era una falsa inventiva que me haría reaccionar histérica para caer en tus brazos como una ninfa cegada por la luz ( la lámpara se apagaba) , la luz verde se fugaba a través de la noche noctívaga, las fotos que le pediste ya las tenías guardada, mientras yo me ahorcaba tranquilamente.

Y desapareció. Sencillamente no dejó sus manos marcadas en la mesa como siempre. No habían despojos de personas en el camino que hicieran suponer un supuesto paseo de despedida, ni lo habían visto salir esa mañana de su casa. A las plazas que pregunté si lo habían visto se las tragó el cielo, y las calles tampoco las recordaban a ellas. Pensé que era una broma oscura y decidí no creer a sus superfluos argumentos, claro, las calles mienten, muchas personas pasan por ellas, lo mismo diría de las plazas.
Mientras andaba lo busqué en el piso, metido entre los adoquines o colgado de un florero, pero no estaba, tampoco en el cielo o en el aire que me besaba la cara (aquel día había viento),lo busqué entre mis costillas y en mis bolsillos atestados de boletos de micro, lo busque en labios ajenos y en la palomera.Pero no había nada. Todo rastro de su persona se había extinguido, y en las calles pululaba gente común que no merecía mi interés y que no reconocían el perfil que les entregaba; de un hombre con dientes blancos y que fumaba muy bien.

Guerra silenciosa

Ni las mesa interrumpía la conflagración que se prestaba en las miradas. Un gesto, una expresión quizás, era todo lo que inflamaría la tensa situación.
Las miradas se cargaban de reproches, se analizaban mutuamente en pos de alguna causa perdida, de una palabra perdida adentro, en un antro de liberación que llamaban conciencia. Existía el concenso del silencio, de que los gestos equivalían a centenares de palabras desaprovechadas en interminables loas y distribas, que el mutis más absoluto era una consecuancia necesaria, de que el odio se expresaba de mejor manera a boca cerrada.
Lo miró. Lo evaluó. Exploró en el fondo de sus pupilas, volcó decenas de situaciones sentada en la silla con la mandíbula apretada y las manos cruzadas sobre el regazo. Desfilaron por su mente infinidad de palabras, idiota, ignorante, inútil, analfabeta. Lentamente se proyectó en el iris ajeno los platos rotos, la casa vacía, los niños llorando en brazos, la lluvia, los abogados, los reproches crueles, pero ciertos, de la gente.
Miraba el entorno, parecía ajeno al análisis exhaustivo del cual era objeto. Esperaba una sumisión, ni siquiera una reconversión pasiva del pensamiento. Se distraía mirando multitud de objetos ínfimos, hasta que la encontró. Se cerraron puños, se ahogaron las exclamaciones, se odió. Se odiaron. Se proyectaron en las miradas gritos y descalificaciones, resonaron en sus mentes cóncavas la tensión de la loza quebrada, las discusiones por lo bajo, los codeos bajo la mesa, el disimulo, la parodia continua de felicidad, que ya no eran necesarios. Se miraron, se estrangularon, reprimieron quejas e insultos.
Hablaron a través de los ojos, vertiendo palabras fuertes y denostaciones sin censura, hasta que la cena estuvo servida.

Vulnerable

No me siento invulnerable 0 casi vacía como antes
me siento azul, agazapada frente a la marea roja,
tomando del vestido bajo la mesa
riendo vacía
sintiendome cruel de manos y conciencia
pensandote gris, cortandote de una rama
criandote desde el origen mismo tan querido
esperandote por las noches para que duermas conmigo
mientras las sombras se alargan y recogen tu sueño.

Hoy en la tarde...

Me senté en la banca sin importarme la compañía ni la plaza en sí. Mis ojos lo recorrieron todo sin ver nada... el interlocutor hablaba de algo, llegaba la resonancia de su conversación a lo lejos. La banca seguía allí, mientras yo pensaba en la palomas, en lo idiotas que son, en su inmunda vida, en que su visión es en blanco y negro, y no a color como mi visión de la plaza; pensaba en la toda la gente que acaba posándose en los asientos cada día, en como dos sujetos se pueden conjugar en ellas por interés, terminando por odiarse heteronímicamente.

Lo hallado









Creía que existía tras las paredes,

que trascendía el tiempo,
que escalaba relojes,
que sonreía tímido
que temía hurgar en lo ajeno
que miraba con amor
que no reía a la fuerza
que se apegaba a lo innato
que recorría las mentes encontrando tesoros
que contaba con los dedos infinitamente
números imaginarios.


Se fini


CERRADO POR DESINTERES EN AQUEL QUE FUE EL HOMBRE, Y POR PARTICULAR INTERÉS EN MI INTEGRIDAD MENTAL.

Retazos inconexos

La gravilla lanzaba alaridos funestos bajo las suelas de sus zapatos, el tiempo estaba gris, hacía frío y el viento llenaba de suciedades los ojos; caminamos en silencio, abrazados por un silencio incómodo.

Al divisarlo más adelante se sintió invadida por la felicidad, aquella tarde, por breves instantes, tendría cerca algo que jamás sería suyo.

Era una descortesía, pero ver esos ojos cerrados y esa sonrisa de placer no tenía precio.

En su regazo sostenía un espejo en el que atrapaba de todo, polillitas, miradas, caramelos, tijeras. El espejo era un curioso modelo octogonal, siempre alojado en sus piernas, nunca lo sostuvo entre sus dedos frente a mí; mas tarde descubrí que no poseía reflejo.
Estaba constituido por cientos de puntitos luminosos que relucían como neón, pero al acercarse alguien se desvanecía, y la persona se marchaba creyendo que había sido solo un espejismo.

Mientras el sol se ponía y la catedral se sumía en la penumbra, en el penúltimo banco de atrás, en la fila de la derecha, frente a un cuadro del Via Crucis, tomó mi barbilla y susurró un acertijo en mi oído.

En el lugar donde debías estar quedaba una mancha azufrada que cubría el piso, llovía ácido a cada instante, te precipitabas como lluvia helada sobre el techo y secabas las plantas...el viento te transportaba por el cielo, algunas gotas precipitaban con fuerza, esparciendo pedacitos de ti en el pavimento o en el sombrero de los transeúntes , otras formaban charcos a través de los que espiabas los movimientos de la gente por la calle; la mínima parte se quedó rezagada en el cielo, mirando desde lo alto la crónica maturina...de esa última no me pude esconder.

Oculta en una habitación a oscuras, no pudo evitar sonreír ante la posibilidad irrisoria de estar oculta en un baño.



Instancia

Nos tomaremos las caras
Y respiraremos uno sobre el otro con la brisa contraída
Nos miraremos con el pálpito fijo de que será por última vez
Luego me dejarás caer.



La luz se transfiguraba en curiosas marismas en el interior de basalto, sentado en una banca acariciando mi mano, comentó con voz ultraterrena que su sombra era mucho mas grande que la de dios


Entre la multitud tronchada de aquella mañana te divisó la espera a lo lejos, pasabas con indiferencia y pedantería, paseando como todos los domingos; sin verla.


Cuando la luna te vio sentado en aquel marco de ventana, pensó lo mismo que yo. Tenías un cigarro entre tus labios y tu mano se mecía con fatiga, los ojos perdidos en el vacío y la espalda afuera, enfrentando el aire frío, con un puñado de estrellas apresadas en tus costillas, y un aire tan de niño que resultaba insultante.

Ventana

Después de todas las cosas lo único inerrante de aquel pedazo de existencia era la ventana.El exterior cambiaba poco a poco, los bancos y las tardes azules se tragaban los anhelos,caía la nieve rígida sobre el alféizar, le congelaba los párpados, se ponía el sol sobre otro año imperecedero, lloraba con gemidos cortos, absorbiendo la humedad del ambiente; apoyada en la madera grotesca.

TiEmPo

Ya no me duele ver la muñeca rota sobre el lecho
ni el roído rincón que ha truncado el alma hechiza
no me duele observar los instantes acribillados
por la observante incredulidad.
No existen bosques ni destierros,
ni soledades rotas tras los cristales de las lámparas,
ni las miradas confusas por el retrovisor.
El tiempo es un reo, un impreciso, un acaudalado estúpido,
que no sabe callar.

-Mmm... me gusta tu boca.
-Y a mí tus dientes.
-...¿Entonces tu boca y mis dientes están pololeando?
-Claro.

MiEl

Vertía sus gotas en silencio...
caían ufanas y tristes en mi boca huérfana...
era una inhalación rítmica de amor, casi timpánica, eteréa,
o quizás una mentira muy bien camuflada,

pero que desmentía cada emanación procaz de su ser.

CaLeNdARiO


Lentamente el calendario deshoja sus meses en mis manos,
un vacío, un eco inmiscuido en la profundidad intrascendente de la piel,
reclama sus derechos desde abajo.
Las hojas caen en silencio,
mientras se pudren los números silbantes,
execran las fechas marcadas, se retuercen, se colman del ácido suelo.
Caen,
algunos numeros se salvan,
resisten los embates del mal tiempo, de las lagrimas saladas,
aletean como peces por los márgenes,
se deforman en los huecos de las ilustraciones mentales,
martirizan la mano que los sostiene.

En medio del prado dos cabellos se fundían en una maraña irracional, hacía frío y los propietarios de las superpuestas cabelleras llevaban mas de una hora mirándose fijamente con las pupilas agrandadas.

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