Mientras el silencio era sostenido, y nos mirábamos todas con una pasmosa solemnidad, tronó. La realidad en sepia se volvió rápidamente gris, corrimos azuzadas por el más animal terror. Cundió el pánico, las escaleras de dos en dos subimos, nos alejamos y nos detuvimos a mirar; por la esquina emergió un pedazo de cobertor, desde el fondo saltaron animales de globo.
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Presto mayor atención y te leo las comisuras, es necesario saber tu disposición de ánimo; es necesario descifrar los artilugios en medio de esa cara de póquer y esa sonrisa gatuna. Saber que mapas dibujas, como eres el ideario de este pensamiento y como manipulas a este fenómeno que tienes en frente,saberte.
Entonces llevo las manos a mis sienes que palpitan, no entiendo, me encierro en la negativa y en la prolongada prorroga de esos labios.
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Demos un día por descontado y salgamos a caminar
Las excusas no importan
Dejemos todo de lado y sintamos en la planta esa arena mojada
Agreguemos entre los dedos esa mies desgranada
Si gusta me toma la mano, y cultivamos semillas en sus líneas
Si gusta no nos miramos y caminamos callados
Yo soy ciega y usted es guía y bastón,o viceversa,
o nos divertimos fingiendo que sollozamos
Y criticamos la vida falsa y sin sentido
Pero nos apoderamos de aquel instante volátil
Por frívolo que parezca.
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Hace un par de días me he perdido en medio del ajetreo en curso.Hace unas horas lo he notado. Me perdí en la esquina reciente de unos ojos chocolatados,al regatear esa mínima cuota de estima; pasó una muchedumbre por mi campo visual y me arrastró como viento huracanado por las calles.No supe donde estaba ni recordé lo que a mi atención llamaba, desapareció mi hoja de encargos y hurtaron mi bolso.
Uno de mis pies tropezó en una vereda, con las hormigas insurrectas que salían atropelladas de la botillería; una mano extraña me sostuvo, los dedos calzaban perfecto entre ellos, como un engranaje o un rompecabezas disociado, mientras me conducía en medio del tráfago.Me guió a través de la ciudadela nefasta, compartimos ciertos de apretones amistosos, visitamos un pueblo ignorado en medio del azufre renuente , nos leyeron las cartas los gitanos, nos codiciaban la suerte escupiendo predicciones en billetes obsoletos. Confirmaron mis sospechas de pérdida inminente en el interludio del desarme del campamento; se fueron caída la tarde , dejando un lodazal inmaculado.
La mano extraña me condujo a través de nuevos senderos que discurrían por el pueblo al que habíamos vuelto. Unos afiches empapelaban un muro inmenso, y, cuando el viento proyectaba células nórdicas en mi cabello, los dedos se aflojaron y me quedé sola.
Atisbé en derredor, recalculé la envergadura de mi zapato en esa calle vasta y me di por perdida. No sé la hora ni desde hace cuanto, visto ropa sencilla y liviana porque es verano, zapatillas rotas con cordones desabrochados, tengo el cabello lleno de palitos de hoja quebrados y la mirada extraviada. No sé más. Si me divisa a lo lejos y me reconoce, ruego darme aviso de mi encuentro, es tarde y quiero dormir en mi cama.
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Me he dedicado a mirar sus despojos estos últimos días. He notado que hay ciertos aspectos que han cambiado. Quizás el otoño naciente nos haya desencontrado a destiempo. Supongo no lo ha notado, ni tampoco las lagunas frente al espejo.
La vida es como mirar el paisaje desde la ventanilla de un tren, probablemente en este viaje no estemos compartiendo asientos, y no podamos comentar acerca de lo que vemos. Desde mi actual ubicación se ve el cielo un poco nublado, surcado por esas nubes que bien pueden parecer música; es agreste el cuadro, se ven personas aisladas en medio de algunos pantanos, llamando a sus animales con paciencia. Probablemente no vea usted lo mismo, y una urbe magnánima transcurra frente a sus ojos, trayendo en su ritmo vertiginoso una verdadera novedad; que mi paisaje rupestre nunca ha poseído. En todo caso, no importa. Me parece que saboreo alguna extraña satisfacción al mirar mi mano escuálida en el vidrio, y al apoyar la cabeza en este, me parece verlo en el asiento trasero.
Evoco ciertas estupendas palabras y una fragancia de café en su compañía, ahora me parece que ya todo nos es indiferente y no sé a quien culpar; dado que siempre hay un culpable.
¡En fin! Quizás no le importe que le entregue este sobre abierto y sin fecha, hice un cálculo mental acerca de las impresiones que le provocarán las confesiones de esta carta al releerla .No le exijo me responda ni se excuse por no hacerlo, quizás no sea lo suficientemente transparente para decírselo a la cara. Sólo tengo el valor para pedirle una cosa: no me deje sola.
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Transcurres como granos de arena a través del reloj aquel.Te conozco pero no te toco, pues te desharías al instante, te atrapo pero te escurres entre mis dedos. Quédate tranquilo en mi palma, quédate un instante paupérrimo y observa como me transformo en aquella misma arena, como me pierdo suspendida en el aire, o atrapada en aquel infierno infinito que llamamos tiempo un día.
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Deseo tu mano entre la mía
Las arrugas desplazadas en sentido inverso
La calidez que transmite
La piel casi transparente
Que cubre esas venas rugosas,
Las líneas fusionadas
Las uñas chocando
Los vellos erizados
Las cicatrices que nos hablan
Del porqué entrelazamos los dedos.
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Joven:
No quiero abrir más sobres crípticos que son remitidos a mí, pero no para mí, sino para una muerta. Le aclaro que sus misivas me ofenden y me causan desazón, que no me interesa encontrar palabras que son como flores mustias o discursos fúnebres. Usted no me conoce, no descubrió más que unas pocas hojas del montón de mi otoño. No tuvimos invierno porque no existíamos, o no el nosotros por lo menos. La primavera es engañosa y efímera, pero usted parece empecinarse en creer que algo de dulce hay entre tanto suicidio cotidiano. No somos un verano por motivos que piensa que desconozco, pero sé más de lo que sabe usted que yo sé; sé dejar a las personas sin mirar por sobre mi hombro, recoger mis perchas y marcharme apenas oída la orden, en cinco minutos. Se comprar boletos a una velocidad inimaginable y quemo las cosas sin dejar rastro de humo. No crea que olvidé, porque es mentira, siempre recuerdo las fechas, las caras, las ocasiones, el ruido que tenía un árbol, la ovación de los álamos, el mutis infranqueable de las nubes de polvo y las puñaladas también. Yo perdono, no olvido,¿le queda claro?
Devolvámonos algunas cosas, que quizás ni notamos que cedimos. No me interesa conservar recuerdos en el fondo de un baúl, saquémoslos a flote y gritémonos unas cuantas verdades, aunque sea de un modo violento y poco civilizado. ¿A quien le interesa un poco de urbanidad en estos momentos?
¿Ha visto la panorámica desde el fondo de ataúd en que moro gracias a sus cartas? La frente gélida, las comisuras cosidas al revés, una impasibilidad francamente irritante, la visión anterior de unas caminatas irrelevantes…Responda: ¿Es que los recuerdos de antaño están más vivos que la versión real?
No pretendo seguir reprochándolo.Le envío su fajo de cartas y cosas a la brevedad. Devuélvame mis partes, me siento incompleta. No invente necedades. Si no desea pagar el franqueo , lo cancelo yo.
PD: Dudo que me crea capaz de remitirle esta carta, señor. Quizás jamás mencioné que las muñecas de porcelanas vienen en cajas de sorpresa.
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Se conjugaban en montoncitos rítmicos sobre la superficie pulida de la mesa, reflejando el bronces añoso y nuevo, se reunían al lado de un cuaderno de notas y una lapicera fajos de billetes agrestes. Mientras se adicionaban a la cuenta y se apretaban más papeles en el fajo, y una melodía metálica llenaba el departamento. Con el entrecejo fruncido se concentraba en sacar las cuentas eficientemente; un olor a óxido y sudor de manos aleteaba en sus fosas nasales, aspiró en silencio perturbador, esperando que el aroma se adentrara en su cuerpo, se sintió dopado, repasó la cuenta, se pasó la lengua por los labios con satisfacción, garabateó una nota en la esquina de la hoja, guardó los billetes y monedas bajo llave.
Se retiró a cobrar. El proceso no cesaba de causarle placer, se volvía intransigente, y no pesaba en su conciencia pues se hallaba en su pleno derecho. Miró a su interlocutora con frialdad, sopesó la situación, la barbilla le temblaba al balbucear una tímida explicación a la cual no prestó atención, ofuscado y firme frente a la puerta. Mantuvo su postura mientras jugueteaba con unas monedas que tenía en su bolsillo, sostuvo la puerta con una mano de venas sobresalientes y entró al domicilio. Volcó lo que se cruzó en su trayectoria, omnipotente, hasta que llegó a la cómoda de la mujer y tomó el dinero. Esta lo observó arrodillada en la alfombra, impotente, incapacitada de hablar, en medio de los destrozos que había dejado el prestamista, sola entre aquellas paredes sucias que se agrandaban cada vez más.
El vaho invernal le recorrió el cuerpo y manoseó los billetes en silencio, tranquilizándose. Había perdido el control. Cruzó la calle, el dinero era suyo, miró un cartel del teatro, tenía pleno derecho, pensó en comprar una entrada, allanar era necesario, desechó la idea, gente desvergonzada, se abotonó el abrigo, manoseó los billetes, que se alimentaba de sobras, apretó los puños, hasta que sintió las uñas calientes, de rodillas sin hacer nada.
Al llegar al departamento guardó el dinero y repitió las cuentas con apatía, aspiró el olor sedante del dinero en sus manos, pero en lugar de tranquilizarse le produjo náuseas, una repugnante sensación que le cubría el cuerpo y las manos, sobre todo las manos. Las lavó y cepilló con fuerza, las dejó reposar bajo el chorro de agua varios segundos, hasta que se hubo disipado el olor. Se sintió aliviado, se las arropó con la toalla, se dispuso a comer más tarde, olvidando lo acontecido; sin que alguna vaga reminiscencia turbara su mente.
Dejó que su cena frugal se enfriara sobre la mesa, sosteniendo un tazón sin oreja en una mano, sacando cuentas con la otra. La casa se hallaba en silencio, el plato raquítico se traslucía a la luz de una oscilante ampolleta, la única de la estancia. Se llevó un poco a la boca, sintiendo el olor pútrido extenderse por su paladar. Prosiguió desinteresado, hurgó entre nítidas neuronas grises y pensamientos opacados, buscando el fruto del aberrante sentimiento que le profanaba la mente. La sensación estaba atada a su cuerpo, bajo sus papilas gustativas, en el sudor que expelían sus poros, en el cuero cabelludo.
Antes de dormirse observó el sereno desfile de luces citadinas, pidiendo que el hedor aciago que rodeaba su aura se evaporara. Divagó entre serpientes, boca arriba en su cama, intentando relajar sus extremidades en perpetua tensión.Dormía profundo pasadas unas vueltas del minutero, aferraba la sábana con las manos, mientras se hundía en la negrura. Era la nada, él era la nada, su corporalización era nula, el espacio circundante también. Se entregó pacedero, inequívoco . A lo lejos algo arrullaba, acercándose. Percibió el ruido de monedas cayendo a borbotones, en cascada; corrió con el sonido atacando a su cordura, un olor nefasto se propagó entre las monedas; olor a dinero. Sudó frío intentando despertar, las monedas le rodeaban y comenzaba a escupir fajos de billetes.
En la mesa los montoncitos rítmicos crecían y decrecían, el cajón estaba volcado y sus entrañas vomitaban billetes que volaban por la ventana abierta. Abrió los ojos espantado y degustó el sabor acre en su lengua, las arcadas se presentaron acompañadas de un llanto silencioso.
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