Sentados sobre una mesa, sobre un inmenso espacio inquebrantable, extrapolado, nos encontramos. Los dedos engatusan el silencio, los tuyos castañetean contra la superficie lisa, los míos huyen atemorizados, mientras en una sinfonía monstruosa se levantan, en silencio reptan hasta tus mejillas y las enmarcan, las pellizcan despacito y me ruborizo. Con tu mano a través de la mía me toco los labios, secos, salinizados, arenosos, un eterno martirio que me quema la cara.
Con cara sempiterna me miras, me invitas a que juguemos, sí, no nos odiemos y juguemos un ratito; tus manos rodean mis rodillas, ellas se ríen como locas, me invitan a mirarte en silencio.
Nos miramos, fijamente, con ternura de gatos, con mirada que retoza en la frente muy padre nuestra, con un ceño fruncido que trasluce seriedad. Inmanente, inmanente tú, inmanente. Un rubí es tu pupila, un cristaloide imitación fantástica de una guinda, no parpadeas, te sigo. Los iris se funden unos segundos, ambos pensamos indistintamente con las caras contraídas. Mi mirada se humedece, se martiriza, se hace dudosa, mientras el contorno de tu cuerpo se hace borroso, y lo más presente de ti es tu pupila. Tu pupila de rubí, de cereza, de tomate ; la esfera en que nada el fuego que me quema los ojos, en ella bailotean también unas polillas locas, que empapan sus alitas de sangre,
Con esfuerzos reiterados mantengo los ojos abiertos, tus ojos brillan como si estuvieran encerados, tu pupila baila, me quema, me está ganando el juego; con ambos dedos me abro los párpados que comienzan a decaer, exhaustos. Entonces tu pupila se agigante y sonríe victoriosa, las polillitas atizan el fuego y una llamarada violenta se traga a mi pupila torcida.
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Estás ahí, te miro y te me vienes encima, te agrandas,te elevas, te transmutas de estampilla a bodegón, me miras, te miro, siento que nos odiamos en cada fracción de segundo, y un óleo inmenso se edita en medio del estuco. Como un pedazo de papel que te vio nacer, que fue tu testigo, pequeño retrato de carboncillo, afanado en aquella pared renuente, que no te mira como te miro yo. Pequeño retrato colgado en la pared, oculto en las penumbras que te otorgó el artista anónimo, nada menos que un diminuto óleo abstracto de tu perfil, pintura burda de quizás qué juguetes o un payaso triste ideado por la bisabuela; de expresión distante y distraída, estampado en la intemperie, un retrato agudo y senil.
Me miras, te miro, nos odiamos. Unos dedos nudosos esparcen el tinte negro por toda tu cara, y te vuelves amargo, te vuelves gastado y retrocedes, como si estuvieras a la intemperie, empequeñeces de bodegón a estampilla; nada más que un calendario de bolsillo, que me doblega, me estafa, me encuadra, como si fuera yo una hojita tiritona.
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En la lejanía, cada vez más lejos, cada vez más cerca, rescostada , hundida entre las sábanas, una mujer de la cual no diré nombre(es algo irrelevante)entreabría los ojos.
Ni siquiera con pereza, sino con el más absoluto desgano, posó los pies sobre la mullida alfombra y se abandonó a la rutina diaria.
Sin energía culminó todo aquello rápidamente y se sentó en su silla preferida para hablar con las plantas. Ellas habían sido susu cultoras todo aquel tiempo pasado, y todo el presente, pero no pensaba que lo fueran en el futuro, era algo intrazable para su existencia.
Su mirada vagó por el calendario, y se detuvo en una pausa fraudulenta allí, en ese mítico 20 que la tenía rodeada. Ya era un año, un año desde que no estaba, pasado mañana sería un año; un año de encierro.
En silencio encendió una vela junto al retrato del occiso; ni siquiera lo había amado, pero sin él, sin la presencia de él, no él como tal , se sentía tan sola...tan vacío el mundo, tan vacío todo.
El teléfono comenzó a sonar con estruendo, el viento azotó las ventanas del vecino y la luz se fue; en el exterior llovía a cántaros, el teléfono seguía con su repiqueteo incesante.Con pasos cansados lo tomó y se quedó en silencio, esperando que la otra persona al otro lado de la línea hablara.
-¿Aló, mamá?Sé que estás ahí aunque no digas nada. Escucha, hoy no puedo ir a verte-se oyen risas tras el otro lado de la línea y la anciana cierra los ojos y se abstrae-..así que ese es el asunto, ¿no dices nada?-siguió el mutis de la mujer, quien observaba el intermitente de un auto que doblaba la esquina-Bueno, adiós-la ancian volvió a la realidad y colgó aún observando la calle.
El reloj de la pared corría lentamente, y la mujer se vio detenida en el tiempo, por el tiempo, atascada en el olor de esa pipa de sauce, en la tijera recortando el bigote y en los almuerzos servidos puntualmente en la mesa a aquel ente masculino que se sentaba en la mesa. Ya era un año y el reloj seguía avanzandom pero el tiempo del interior de su casa, el tiempo del ente la había atrapado.
Tomando su echarpe y cruzándoselo caminó hasta el umbral de la ventana. En el exterior nada se deteníam todo era frenesí,luz, movimiento. Las luces de los autos y la gente enfrentando la lluvia con paraguas multicolores le produjeron una rugiente ansia en la boca del estómago. La lluvía caía, y la luz de un automóvil iluminó el cristal de la ventana, y vio su figura proyectada. Vio sus ojeras y su rostro mutilado por el dolor,vio noches amargas, tardes solas y sopas frías en aquella mansión; aquella rutina espantosa que la mantenia cautiva.
Sus manos se apoyaron en el cristal de la ventana y su aliento lo empañó, el rostro de su difunto esposo se dibujó en la ventana.Con desesperación, usando todas sus fuerzas empujó y empujó el cristal hasta que lo traspasó.
Y el exterior le llenó los pulmones de viento frío y agua nacarada, y se disolvió en moléculas que se elevaron y fueron tragadas por el cielo infinito.
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Nunca comprendí el porqué de las gafas,
el sentimiento de forastero con que ellas te
acompañan.
El ocultismo masivo de tu conciencia
acabada,
descubro que lo que escondías era tu triste
mirada
Ni tu sonrisa de soliloquio alocado la desmentía,
eran tus ojos, tu pupila de cuervo lo que escondías!
Una vez los vi libres de esa prisión sombría,
de esos cristales polarizados,
que sólo camuflaban mentiras.
Una vez los vi, avergonzados tras tus pestañas cortas,
tapados del sol como tu sonrisa loca,
rasgados, sin sentimientos que afloran,
concupiscentes, oscuros, fijos, que añoran.
Mirada nostálgica reconcentrada de palominos,
pupila triste suscrita a los pergaminos.
Mirada triste de niño,
sosegada, inconsciente, anciana,
febril, de amor, medio alocada.
Siempre recordada,imposible olvidarla,
imposible olvidar las aves cautivas tras esa jaula.
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Sólo juntaba ligeramente los párpados y ella aparecía en el rincón, hecha de capullo deshecho e informe, mirándome con esos inmensos ojos translúcidos, llenos de vacío y súplica, esos ojos que a cualquiera enloquecen. Sus ojeras eran dos manchones negruscos bajo los ojos alienados y su boca entreabierta transmitía el ansia inconmensurable de ser rescatada del rincón.
Mientras continuaba el ritual del té ella sólo observabam y quizás escuchaba vagamente en el espacio un retintín metálico. Entonces se tomaba la cabeza y comenzaba a mecerse de un lado a otro y ,con expresión torcida ,solapaba sus oídos.
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