El fino hilo se enroscaba en los postes, era verde y parecía grueso, era largo, parecía no tener fin; su extensión se perdía tras el ocaso púrpura.
Corría tras el sin mediar palabras con la humareda que hablaba sin ser tomada en cuenta; corría con la espalda encorvada, con las manos casi a ras del suelo, cerrándose en vigorosos movimientos que intentaban atrapar el hilo. Y el cabo era infinito, y a había salido de la explanada y corría por los durmientes de la línea del tren, el viento soplaba y mecía los dedales de oro con suavidad, el tren aguardaba los pasajeros; el hilo corría, yo tras él, saltando los rieles, incansable.
Subrepticiamente la línea del tren termina.
El hilo, casi invisible en el acantilado, efectuaba piruetas y caía en espiral. El cuerpo se suspendía por breves momentos y caía atraído por una gravedad enorme.
Oscuridad.
El hilo verde se enroscaba lentamente en torno a mi meñique, yo observaba el proceso desde el borde del acantilado, el humo hacía llorar los ojos.
Despierto.Manoteo en busca del despertador. Hora inexacta. El olor a humo es insoportable, es imposible conciliar el sueño nuevamente, en fin...los rieles, el hilo, esas cosas...me levanto a beber un vaso de agua. Mientras bebo a grandes sorbos noto que la humareda proviene de la habitación. Un humo no como cualquier otro, es una mezcla de anís y vainilla, amortiguador, opresor, rancio, espeso.
Desde el marco de la puerta se vislumbra a contraluz una figura sentada a los pies del lecho. Un garabato desfigurado de un hombre alto y espigado, que me parece demasiado familiar, fuma a grandes bocanadas unos cigarros grises y gastados, mirando la luna entre las nubes, viste harapos y no lleva calzado, su piel es verdosa y reseca.
Mientras lo analizo torna a mirarme, sin dejar de fumar con soberana placidez. Reconozco en sus facciones un pasado iluso, un paso raudo, una taza de té hirviente.Etiquetas: Cuentos