Por los surcos de la plaza caminaba con expresión distante, moviéndole cuerpo como un autómata, con surcos en las comisuras ambiguas. Caminaba sin fuerzas, arrastrando los pies, las hojas, arrastrando la mirada, sólo por caminar.

Llegado a su trabajo , ubicada tras el mostrador, comenzó a sacar cuentas; algo normalmente aparatoso, que aquel día en particular lo era más, los números saltaban unos sobre otros, se atropellaban, se gritaban, se tiraban al piso berreando y cortaban relaciones con ella. Algo de hacía poco le ceñía el cuello , un nudo amargo que no se deshacía, un desgano poco habitual que no podía demostrar en aquel lugar.

A la hora de almuerzo no comió, el nudo le impedía tragar, y su mente estaba desligada de su cuerpo, el estómago urgía por alimento, pero nada sentía, le dolía todo y en todas partes, deseaba llegar a dormir las horas que el insomnio le había arrebatado la noche anterior, y eran casi un consuelo las pocas horas que restaban para escapar de ese triste espectáculo.

Su mente divagó en todos los aspectos posibles aquella tarde, impidiéndole concentrarse en algo preciso, la garganta le ardía, le dolían los ojos y extraños escalofríos recorrían su cuerpo y finalmente llegada la hora exacta, desplegadas las alas, creciente el anhelo, su jefe se acercó y le preguntó si podía quedarse un tiempo extra.

En silencio devolvió la chaqueta al perchero, y esbozó una triste sonrisa, siempre sería posible llorar mañana.

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