¿Y cómo te llamabas ayer?

En silencio siguió la evocativa contemplación del volantín elevado allá a lo lejos .Las rodillas apresadas entre sus dedos largos y sus uñas pintadas de un vivo carmesí. Bajó la cabeza y la apoyó en sus piernas, suspiró de nuevo enamorada de la cometa y la brisa hizo ondear sus cabellos.

-No, no me llamaba, me llamaban...-dijo medio obtusa.

En silencio engatusé los recuerdos de su nombre. Eva, Eva la de la manzana, la del piropo del verdulero, la Eva de la llamada telefónica perdida. Eva del remitente, de los paseos boca abajo y su intermitente trafalgar con las palomas.

-Y cómo te llamaban?-pregunté haciéndome el desentendido.

-Corazón, perdida,obtusa,cariño, ángel,rayito de luna, mi sol...Pero los mortales soy la de la manzana-comentó con algo semejante a la irritación.

-Ah, ¿cual es tu problema con la manzana?

-No es con la manzana, tú tampoco entiendes. Ya no soy la de antes- con la mano izquierda apoyose en el pasto verde y en silencio ella y la cometa, unidos por un vínculo libertino, retozaron sobre sus espaldas; yo la imité, a lo menos una veintena de veces observé su boca elevar sus comisuras con deleite y murmurar cariños al volantín, luego una pausa, y prosiguió-...ya no soy la perdida calle abajo, renegada por días de visitar a Rebeca, temiendo que me contagiara su muerte, no creo necesario saber qué dicen de mí, ya no me acaban aquellas llamadas ni las cartas de amor.Ni robar al verdulero, ni atuzar al gato con una espiga...

-Yo te veo igual que ayer, Eva-dije, interrumpiéndola-sino, descúbrete mirando ese volantín.

Se irguió indignada, sus ojos me analizaban entrecerrados,críticamente, evocando todo mi yo, cada arruga, cada cicatriz.

-Tú me ves, no me miras-dijo iracunda-...No entenderías que ese volantín es casi como yo, que nos deseamos mutuamente, que somos un complemento. A ambos nos falta lo que tiene el otro, a él mi ansia, mi existencia imperecedera, a mí ... su libertad, su ingenuidad...-volvió a abrazarse las rodillas, mirando a través de su cabellera castaña a si amante en los cielos-...Ya no soy Eva, entiéndelo,así es como me llamaban ayer, tampoco cariño, ni sol ni cielo. Llámame nada, ignorante, pluma corrompida.

El volantín debilitado inició su trágico descenso desde los cielos, volutas de hilo se enrollaron en su cadáver. Lo observé maravillado, casi comprendí a Eva cuando se levantó y corrió a reconocer el cuerpo.



Cierro los ojos para no ver tu mirada triste que me mira, y tras la oscuridad del párpado se reflejan unos dientes irisados. Mientras en el techo infausto se teje una maraña inmensa de infinitas razones ,de pensamientos de bambú alterados.

Cierro los ojos y me miras tras el espejo sombrío, te desatas, te acercas, sacas una mano a través del vidrio omnipotente y me tomas el mentón entre los dedos; tu mirada me contempla con la mirada de un muerto, de una cara inacabada que se quema con el aliento del alcohol.

Me miras, tras la oscuridad del párpado te miro, enjugamos los pretextos, nos mentimos con descaro y escondemos las manos tras la espalda. Tu faz infracta se acerca a la mía y las pestañas se tocan, las pestañas se tocan y se abrazan, se funden, cosquillean en ambas narices como mariposas enardecidas , y tus dedos precisos te reflejan en mi carne. Abro los ojos y el reflejo se oculta, cierro los ojos, apareces muerto; nada más que un croquis desordenado que patalea en el vacío, nada más que un pequeño sujeto perdido tras el sofá . Reflejado tras mis párpados eres yo, ,yo soy tú , somos separados, dos maniquíes frívolos, somos dos. Tus dedos en mi barbilla se curvan prominentes, se esfuman tras un instante, y con las palmas pegadas al cristal, contra el cristal, nos miramos una última vez, te ves reflejado en mi sien, en mis entrañas y en mis costillas, preso de una frescura arcaica me soplas a voz de cuello.

Abro los ojos, has desaparecido. Cierro los ojos, las lágrimas se deslizan por mi rostro lentamente.

BaJo Mi PiEl

Bajo mi piel dormita la esencia,
de una caricia susurrante,
titila en la lejanía
el eco vibrante
de la yema de tu dedo.
Bajo mi piel se desliza silente
tu cuerpo desnudo,
bajo tu piel se desliza prófugo
mi deseo.
El roce de un beso
resquebraja mi piel ausente,
y la piel se eriza, se vuelve tersa,
nueva y brillante,
bajo la presión de tu mordida.
Bajo mi piel estás,
infiltrado en letanías,
tan mío y tan ajeno,
tan tuyo y de otras.
Dentro de ella quedaron
besos sabor canela,
la fricción de las narices
y el restello de un beso,
las promesas incoherentes
y la energía del último encuentro.
Mi piel eres tú,
mi piel es tu presencia,
tu cuerpo, tus oídos, tus pies,
mi piel es tu voz y tu viento
y tus manías también.
Es el galopante deseo,
que se arrastra por ella,
cálido e impetuoso,
es el imponente anhelo,
de tu piel contra la mía

Por primera vez en 5 años se hallaba poseída por el más irracional miedo.

La llama de la vela crecía y decrecía, efectuando al paso un ditirambo, invocando en la habitación los murmullos de gente vacía.

Ellas, ellas no respiraban. Una poseída por el miedo y la certera creencia de que algo acechaba en la oscuridad (más velas, un esqueleto, un payaso, quién sabe); y la otra simplemente porque ya no era. La viva ponía rígidas las articulaciones ante el ruido sordo que transportaban sus oídos y el sudor corría lastimeramente por su cuerpo, al despertar había sido el marco oscuro de la puerta oscura, perpetuado por la llama de la puerta oscilante; y la casa sola que revivía.

Parálisis, racionalización del asunto, extático movimiento del brazo, el crujido del colchón le hico apretar los dientes y crispar los dedos. Por el resquicio de la puerta la pata de la cama metálica reaparecía, y los cirios iluminaban la estancia creando un loco cuadro de psiquiátrico. Con detenimiento dibujó en su mente aquel lecho: un herrumbroso catre coronaba el dibujo, y una rechinadera de fierros condimentaba la visión de la cama. Las sábanas que la cubrían eran prístinas, como hace mucho no veía, y su vieja biblia reposaba en el velador.

Un cambio de sombras y volvió el pánico a su cuerpo, contrajo los puños y los ojos, se tapó los oídos; intentando desdibujar el bulto bajo la mortaja.

CoPlA 4

Deja que el alba deduzca tus pestañas,

deja que el sol equivoque tu silueta,

deja que tu savia el insecto acometa

después de perseguirte por las montañas.

Deja la hiel recorrerte las entrañas,

deja a nuestros dientes creerse narices,

deja a nuestras manos ser locas actrices

de una partitura de voces extrañas.

CaNsAnCiO


Los estertores del llanto habían menguado, y cerníase como un halo luminoso sobre la frente la fiebre. Las pupilas dilatadas evidenciaban que el alma había estado apunto de escurrirse por los ojos, que miles de gotas saladas la habían cuasi expulsado hacia fuera. Las mejillas quemaban como brasas, y aquel tono dílico, grisáceo cotidianamente, había sido reemplazado por un rojo encendido. La boca, la boca curvábase ambivalente hacia arriba o hacia abajo, no sabiendo si caer o no en el histerismo nervioso.El cuerpo se agitaba solo, y la respiración era dudosa y arrítmica por momentos. El aire aspirado no transitaba con facilidad y se escabullía en suspiros entrecortados. Exánime se halla el cuerpo sobre la cama,abrazado a la almohada, hecho mar de tristezas, desolado.

Alguien toca la puerta y entra en silencio. Viste túnica café exhausto y sus manos están cubiertas en toda su extensión por manchas y su piel es delgada, evanescente. Camina en silencio, con pasos mudos de sin pies, y se sienta a tu lado.Sus manos te recorren y analizan tu mente febril, recita un poema a tu oído, sopla en tus párpados y te lleva en sus brazos.

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