Vienes desde lejos
cargado de maletas y rosas,
vienes como un inmenso y redondo bulto.
Vienes a saltos,
y el viento eleva tus bolsas y las trae.
Te veo borroso,
te veo arenoso, hecho de pura niebla.
Vienes hacia mí,
te tuerces, te doblas,
te revuelcas,
te retuerces como serpentina,
te curvas como espiga al viento.
Eres una mota de polvo de mi zapato,
eres el viajero de la alfombra.
Saltas como llama,
y eres una vela encendida a lo lejos.
Vienes a mí,
lento, difuso,
sin dirección aparente,
un fantasma de harina.
Un remolino te eleva,
y haces una graciosa pirueta,
te precipitas a mi pecho;
Estamos palmo a palmo,
tu respiración me deshace en moléculas
de arroz partido.
Tus ojos me regañan,
sólo un paso, y tan cerca,
un leve movimiento de muñeca
y has vuelto a tu caja de juguete.
Etiquetas: Poemas
No todo es adicción, bajas pasiones, fantasmas y augurios y vaticinios. No todo es septiembre 13 ni septiembre 19. No todo es el desgastado esquinero de la pared, ni los libros olvidados de volver a su respectiva biblioteca. No todo son cartas, olvidos ni ansias; no todo es él. A veces parte del todo son aquellas sombras.
La cazé hoy, mientras intentaba ocultarse tras un oso. Era imprecisa, evanescente, quizás masculina o andrógina. Se retorcía presurosa intentando infiltrarse en la esponja que rellenaba al oso.
Primeramente cerré ventanas y persianas, y obligué al pomo de la puerta a cerrarse mudamente; era la hora de sacarla de ahí. Tomo la cabeza del felpudo y la giro lentamente hasta encarar el agujero por el que se salía el relleno, la débil evanescencia de la sombra ha quedado impregnada en la felpa del oso. Un leve movimiento de muñeca, el frufrú de la tela de mi chaqueta y con mi codo la capturo en las cercanías de mi costilla.
Era suave y vaporosa como el algodón de azúcar, extremadamente dinámica e impaciente también; era una sombra inmadura, inmadura e informe, pero brillaba como un pequeño sol negro.
Te has sosegado y exhausta y fina como el hilo, te desparramas. Yo también estoy cansada, el forcejeo me ha estirado las rígidas articulaciones.
Me siento en el resquicio de mi cama y trato de asentarte en mis rodillas para charlar. Pero un no sé qué , un estrtor convulso producto del miedo, una tos de gallina minucisamente exagerada o un canto de grillo te disparan en rigorosa huida.
Y heme aquí, ahora corriendo y dando saltos esperando cazarte. Huyes sin sentido, sin atinar a nada más que chocar contra todo, y un último y disparatado impulso te catapulta hacia mi pecho. Ouch! El golpe me ha dolido, sin embargo no olvido cerrar mis brazos y te cautivo histérica, con risa de grillo nervioso.
Tu respiración agitada se pega a mis entrañas y siento el peso de un cráneo redondo y bien formado contra mi pecho, también el pelo sudoroso que me humedece la chaqueta, y un líquido, que no preciso qué es, me empapa los pantalones. Un alarido tan de adentro, que tanto me estremece, emerge de tu pecho umbrío y doy declaración de tus lágrimas de sombra. Miles de gemidos desgarrados brotan de tu garganta y te siento temblar ligeramente. También tiemblo, son escalofríos de estupor.
Presiento que te vas calmando, y tus pequeñas convulsiones se acrecentan. Ahogadamente siento el calor de tu frente febril y tu cuerpo cansado me transmite un efecto soporífero. Duermes largos instantes infinitos mientras te acuno y consuelo como haría cualquiera con un niño pequeño y, cuando el sol está a punto de estar demasiado alto y comienza a expirar la hora de las sombras, te hago espabilar afelpadamente. Te acurrucas en mi regazo ignorándome, qué placer aquello...
Vuelvo a intentarlo repetidamente, hasta que te levantas, me das un nuevo abrazo de agradecimiento, un solemne apretón de manos, y te vas.
Etiquetas: Cuentos
Una fuerte ráfaga de viento pasó y golpeó las persianas, la muchacha siguió tumbada sobre el escritorio haciendo caso omiso de la corriente que había entrado en si habitación, se desperezó con lentitud y puso sus dedos en la gastada pluma. Apoyó la pluma en la hoja de carta y esta rodó abruptamente desde sus finos dedos hasta la bruñida superficie del escritorio.
-Hoy no-musitó apenas abriendo los labios.
Una persona entró y cerró la ventana. La joven ni siquiera volteó para verla, simplemente acarició el escritorio; y al ver la curiosidad de los ojos tras su espalda dobló el papel y lo metió en el bolsillo de su chaqueta.
Un día de otoño la recibió al salir al exterior, el sol tras las nubes y los papeles arrastrados por el viento decoraban las calles. Ella caminó, simplemente caminó; con paso lento y pasmoso, sin contemplar el paisaje, sin tener idea hacia donde se dirigía, caminó en línea recta con el sol tras la espalda y el viento revolviendo su cabellera.
¿Qué hacía? ¿Hacia dónde iba? Volteó bruscamente y se volvió siguiendo en línea recta, cruzando las calles, sin mirar.
Una hoja impulsada por el viento cayó en el gorro de su chaqueta. Un caudal de recuerdos se agolpó en su vacía mente.
Regresó.
Su paso antes calmado y monótono, se había vuelto rápido y elástico. Su respiración sosegada desentonaba con el rápido martilleo de su corazón.
Al fin llegó. Un montón de hojas correteando en las baldosas pareció darle la bienvenida; por primera vez en mucho tiempo reparó en el paisaje, buscando algo.
La plaza era pequeña, una plaza más entre todas las plazas.Una meseta de árboles perennes y también de hojas amarillas que llovían con cada brisa. Una mal hecha fuente con nenúfares flotando en sus aguas descansaba aisladamente en una esquina, oculta tras el follaje de un árbol. Aquel banco seguía allí, levantándose en un extremo por las nudosas raíces del inmenso árbol rodeado por montones de redondas hojas esparcidas por la hierba reseca.
Su corazón desbocado pareció detenerse, congelándose en el tiempo. Su andar se volvió dudoso y caminó sosegadamente hacia aquel banco. Observó la plaza, una anciana decrépita caminaba por el otro extremo, y un vagabundo dormía bajo un árbol. Se sentó lentamente en el frío banco de piedra y fijó la mirada en el vacío.
¿Qué había ocurrido allí? Intentó recordar, pero su mente estaba confusa, lo que creía eran recuerdos se disolvían apenas los tocaba un poco. Era algo importante acaecido en uno de esos días irreconocibles de otoño.
-Qué es...qué es...-musitaba.
Permaneció sentada en aquel gélido banco de piedra hasta que no sintió los dedos y el sol hubo desaparecido del cielo. Con los dedos tocó el papel y volvió a contemplar la plaza. Algo aquel día...Sin embargo, algo había cambiado, el banquito estaba siendo ocupado por otras personas; una pareja. Estaban abrazados y tuvo la impresión de que esllos se volverían como el árbol que estaba atrás, un amasijo de nudos y torceduras, y que acabarían levantando el pavimento y lanzando sus hojas al aire para que se revolcaran por ahí. Hacía tiempo que no sentía tal emoción, tenía el pecho oprimido y respiraba por la boca; su mente se había llenado con un torbellino de pensamientos inconexos al contemplarlos.
Recordó...Una efímera visión de unos ojos hondos, oscuros, impenetrables y fijos. Aún así, ese instante fue muy breve y no pudo distinguir la expresión ni el sentimiento de aquella mirada.Aunque quizás sí, pensó caminando, parecía una sonrisa de hojas de otoño. Aquellos ojos habían estado fijos en ella alguna vez, mirándola indescifrablemente, con expresión burlona.
Se arrebujó en su abrigo. Se había vuelto tarde y el banco de piedra se hallaba vacío. Caminó hacia él y sus manos lo palparon como buscando algo; en silencio lo rodeó con sus brazos y se acurrucó en el hasta que la luz del sol la despertó en la mañana.
Se levantó y sacudió el cabello húmedo de rocío y echó a andar hacia ninguna parte. Mas, a medio camino, la encontraron y la llevaron a casa. Permaneció encerrada todo el día como deprimida, mas no protestó para poder salir luego de aquel lugar y volver a su plaza, a su banquito; lo que se había transformado en su secreta obsesión.
Toda la tarde la dedicó a contar el puñado de hojas que mantenía guardadas en un cajón. Le parecía que aquellas hojas contenían sus recuerdos, que cada línea perfumada de tierra era una vivencia anterior..., de su vida anterior.
Más tarde, al volver a la plaza, volvió a sumirse en reflexiones tumbada en el banquito. Y sacó la hoja de papel, arrugada ya, de su abrigo. Un fuerte viento le arrebató el papel de las manos y este voló por los aires.
Con una energía desconocida para ella misma corrió tras el papel, el cual cayó al estanque. Al verse reflejada vio aquellos ojos negros en el fondo. Comprendió todo. Aquella expresión indescifrable de ellos no era sino otra cosa que amor, y aquella risa burlesca era su propia sonrisa cobarde.
Estuvo un rato contemplando el papel hundirse en las aguas, tomó rumbo a la casa, cogió un nuevo papel del escritorio y redactó una carta.
Etiquetas: Cuentos
no cualquiera,
sino una nocturna.
Despegar las alas en libertad,
ante el vaho de la noche,
bajo las luminarias del cielo.
Sentirme atraída por una voz,
caer en el éxtasis de la oscuridad,
embriagarme con polen
y entregarme a los vicios jubilosa.
Amar una luz,
tener un idilio con ella,
sonreír a una flor,
coquetear con las polillas.
No tener tiempo para recuerdos,
aprovechar la poca vida
sin esperar a nadie,
ir por ello,
por ese, aquel alguien.
Engalanarme con cantos de grillos,
sentir el clamor de las ramas,
el murmullo del viento,
y ser libre...
sin pensar...
sin pensar...
que todo acabará mañana!
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A mi lado sentose un rostro duro y deshilachado, un abrigo negro, un gorro de piel y unos guantes estampados de pantera. Me observó vanamente, y yo la deduje de un vistazo.
Sus labios de comisuras caídas sólo podían significar aquello. Ella también lo entendió, y su vaho floral comenzó a rodearme. El frío que se extendió por mis extremidades fue indescriptible, indecifrable, pero sólo soy consciente del eco de una voz perdida en el espacio y de una incontenible copa que vertió en mi boca; cuyo líquido pegajoso, aquel veneno, se deslizaría perezoso por mis entrañas.
Un ardor en la garganta, un perfume de narciso y un sabor de amarga hiel se extendió por mi boca. Intenté ignorarla mirando hacia otro lado, pero el olor y el sabor parecía apoderarse de mí.
Recuerdo haber estado sentada, escribiendo como ahora, eso sí, más distraídamente, distorsionando fantasmas y evadiendo recuerdos; cuando un nombre, una frase, una declaración de presencia y olvido zapateó en mi cerebro; de ahí el sabor acre del asunto.
Me levanté en silencio y desvié mis intenciones hacia otro recuerdo. Era un recuerdo banal como la expectación antes de descerrajar el papel de un regalo, y como tal vino acompañado de la aspereza de la desilución. Y sólo consiguió masificar esa hiel por todo mi cuerpo, como un veneno que avanza lentamente, llenando vacíos e intensificando viejos rencores.
El pensamiento se había anclado en mi mente, quizás no el pensamiento, sino la reacción que me provocó aquella simple frase. Pensar que yo sólo era un simple objeto, desplazado... una deslucida y opaca muñeca de trapo, aplastada en un rincón . Pensar en todas las promesas que formuló mi mente, las situaciones de prueba que inventó y re-inventó. Pensar en mi corazón ilusionado, en lo amargo que había resultado...
Intensifiqué mi recuerdo de miradas, halagos, dulces palabras, hice desfilar por mi mente toda la dulzura que rebusqué en el cajón de los recuerdos. Mas la amargura no cesó, creo que aún me visita.
Ese día volví a acasa rumiando recuerdos bañados en hiel amarga.
Por primera vez, en aquella tarde, me había entrevistado, sin saber, con amargura.
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A veces la siento observarme desde un rincón, o tirarme de un tobillo. Su mano de trapo se cierra rodeando mi pierna e intenta trepar por ella.
¡Cómo odio aquello! Es por eso que siempre ibas a parar a un rincón, derrumbada, semi desarmada, con los ojos muy abiertos, en expresión perpleja, o entrecerrados astutamente.
No sé cual es tu intención de trepar por mi pierna y, en algunas ocasiones, colgarte de mi espalda, olvidé mencionar eso; ni tampoco conozco el porqué del pánico que siembra en mi sentir tus garritas en mi dorso.
Entonces volteo y me encuentro con tu rostro de trapo mirándome con rabiosa.seriedad o con una sonrisa irónica.
¿Quién eres y qué me recuerdas? ¿Por qué te temo tanto?
De todas formas, con un empujón siempre terminas en aquel rincón sucio, penumbroso, observándome no con rabia, sino con una expresión de estupor y hasta ternura, diría.
Habías sido bastante paciente esperando en tu rincón, hasta que por las noches comencé a sentir tus manitas tirando de mis pies hacia fuera de la colcha. Admito que supe que eras tú y te di una patada con premeditación y alebocía, pensando que te irías y me dejarías en paz de una vez por todas. Pero no, abrí los ojos y vislumbré tu cara redonda y tu pelo de lana. Me levanté con ira contenida,dispuesta a meterte en una bolsa y dejarte tirada por ahí, mas tu manita y dulce expresión me contuvieron.
Todavía tengo conflicto en admitir que, o tú creciste ,o yo me encongí; bueno, el asunto es que aprisionaste mi muñeca y me condujiste a través de un túnel, una puerta, un hueco, en realidad desconozco qué era. Pero estaba oscuro, y el aire era tibio, era como si cientos de alientos endulzaran y calentaran el ambiente.
Como si estuviera lleno de cirios, se fue aclarando mi panorámica. Y mi vista captó algo increíble, ¡no era sólo aquella muñeca, eran cientos! Y todas, si bien eran parecidas, tenían expresiones muy distintas.
Guiada por mi muñeca seguí avanzando, percibiendo on la nariz la expresión, el sentimiento de aquellas otras muñecas. La luz se fue haciendo más y más poderosa, y de pronto estuve de vuelta en mi casa.
Mi mano apretaba la manita exánime de la muñeca mía, que era yo.
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Habrás muerto cuando mi figura sea difusa en la mente.
Habrás muerto cuando ya no recuerde el óleo de tu cara.
Habrás muerto cuando tus dientes no me persigan en sueños,
cuando las lágrimas dispersas se borren en un recodo del sendero,
cuando se borre todo, todo,
cuando se borre el ataúd de mi cabeza,
las flores de tu entierro,
y yo asuma tontamente que ya estás muerto,
aunque sé que sólo estarás desaparecido,
desparecido de mi existencia, de mi boca,
de los surcos que trazó tu lengua en mi cara.
Habrás muerto, perdón, desaparecido,
cuando deje de oír tus rasguños en la tapa del ataúd.
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