CuEsTiOnEs De EtIqUeTa


Los saludos son herramientas sociales estrenadas a menudo por las personas. Se saluda de diversas formas, cada cual dependiendo del grado de antipatía /afinidad que se sienta por la persona saludada; el contexto también influye, el contexto es la materia gelatinosa que se desliza desde el suelo a la cabeza de los contrayentes, obnubilando la vista, mareando, sonrojando, o produciendo en estos diversos afectos tanto positivos como adversos. El saludo propiamente tal puede efectuarse a través de múltiples elementos; hay quienes usan el rostro y las manos, guiñan un ojo o efectúan un tímido “hola” con los dedos agazapados; hay quienes solo miran esperando una mirada correspondiente y una sonrisa instantánea.Existe una infinita gama de saludos estrenados diariamente, cada cual con su correspondiente carga afectiva/social.

Para saludar se requiere captar la atención de la otra persona en cuestión, esto puede lograrse a través de una acción más o menos sutil, más o menos ridícula, momentos después de haber localizado al blanco del saludo. Los pasos a seguir, tradicionalmente hablando, son :

1.- Mire al objetivo, aproxímese tanto como considere necesario (en esto influye la cercanía , afinidad o antipatía que sienta por el sujeto).

2.-Capte su atención mediante una sencilla mirada fija o penetrante, un grito, o un movimiento espasmódico de brazos.

3.- “Salude”,diga un sencilla frase, sonría un poco, recuerde algo. Si se encuentra a corta distancia de la persona, puede besar sus mejillas o aprisionar sus manos esto si el nivel de confianza lo amerita, o si es usted un loco.



En los días en los que intento no pensar en lo que no puedo tener, como más, duermo menos y deseo demasiado.
Al parecer el ambiente se muestra enrarecido, los vidrios no se empañan y las hormigas caminan en filita hacia mi cama. El polvo se acumula en silencio esperando a la razón. Ella siempre va diez pasos atrás, y voltea a mirar atrás después de cada esquina. Razón no duerme buscando una respuesta, mientras que sentimiento disfruta ensuciando la alfombra.

La CaSa

Asentada sobre un presunto humedal se erguía imponente, como un cerro macizo asentado entre millones de cielos. Se veía a lo lejos, entre decenas de casas, tras variados troncos y medio oculta tras un pasto crecidísimo, que en años nadie se había preocupado de cortar. Aún así , poseía un aura indolente y algo siniestra, coronada por las tablas gastadas de su reja y las cortinas apolilladas que se vislumbraban tras los vidrios sucios.

Era aquella casa, aquella casa desperdigada en un pueblucho de nadie, donde contadas personas se atrevían a entrar. Aquella casa, aquel jardín desmantelado hacía tantos años, pequeño entremés de ilusiones tras la pileta azul.

Algunos días las palomas la rodeaban, rondaban, acechaban entre los pastizales, paseaban junto a extraños gorriones y cuervos cadenciosos, bautizados por inmersión en la pileta, pero nunca más allá del umbral, nunca entre las tejas partidas y los alfeizares de las ventanas; nunca más allá. Más allá erase lo desconocido, érase la invariabilidad de lo ubicuo, un rincón ignorado por todos, que ni siquiera invocaba la curiosidad malediciente; ni siquiera podría llamarse un bosquejo de la incertidumbre.

La casa era el centro, era espaciosa y presentaba un generalísimo aspecto derruido, las paredes descascaradas le daban un aire de vetustez incómoda, tanto así como las tablas podridas de la terraza. Poco o nada sabíase de sus entrañas, excepto que estas poseían un complejo entramado de pasadizos y habitaciones, además de una pequeña claraboya en la parte trasera.

A vista de cualquier desentendido esa morada carecía de vida, pero la gente sabía y podía afirmar a ciencia cierta que una persona seguida por su equipaje habían salido durante una hechiza tarde de verano, bajo las protestas del jornal no pagados a los trabajadores; había cruzado la verja y no había regresado. Dentro de la morada alguien había esperado pacientemente las cartas, el retorno, cada tarde mirando por la ventana , por varios meses; hasta que el frío invernal se la había tragado, sin dejar residuos aparentes. Pero a pesar de las sospechas y especulaciones varias de espectros y desapariciones presentes, en esas habitaciones, en el estuco de esas paredes falsas, en aquel raro lugar asentado en un lugar de nadie, tras aquel jardín alguna vez repleto de manchones de flores, tras la reja de palitos pintados de azul, tras las persianas sucias de polillas y grillitos, imbuida entre una montonera de ventanas, en el interior de la casa, convivían las tres.

Regreso de Soledad



El fino hilo se enroscaba en los postes, era verde y parecía grueso, era largo, parecía no tener fin; su extensión se perdía tras el ocaso púrpura.

Corría tras el sin mediar palabras con la humareda que hablaba sin ser tomada en cuenta; corría con la espalda encorvada, con las manos casi a ras del suelo, cerrándose en vigorosos movimientos que intentaban atrapar el hilo. Y el cabo era infinito, y a había salido de la explanada y corría por los durmientes de la línea del tren, el viento soplaba y mecía los dedales de oro con suavidad, el tren aguardaba los pasajeros; el hilo corría, yo tras él, saltando los rieles, incansable.

Subrepticiamente la línea del tren termina.

El hilo, casi invisible en el acantilado, efectuaba piruetas y caía en espiral. El cuerpo se suspendía por breves momentos y caía atraído por una gravedad enorme.

Oscuridad.

El hilo verde se enroscaba lentamente en torno a mi meñique, yo observaba el proceso desde el borde del acantilado, el humo hacía llorar los ojos.

Despierto.Manoteo en busca del despertador. Hora inexacta. El olor a humo es insoportable, es imposible conciliar el sueño nuevamente, en fin...los rieles, el hilo, esas cosas...me levanto a beber un vaso de agua. Mientras bebo a grandes sorbos noto que la humareda proviene de la habitación. Un humo no como cualquier otro, es una mezcla de anís y vainilla, amortiguador, opresor, rancio, espeso.

Desde el marco de la puerta se vislumbra a contraluz una figura sentada a los pies del lecho. Un garabato desfigurado de un hombre alto y espigado, que me parece demasiado familiar, fuma a grandes bocanadas unos cigarros grises y gastados, mirando la luna entre las nubes, viste harapos y no lleva calzado, su piel es verdosa y reseca.

Mientras lo analizo torna a mirarme, sin dejar de fumar con soberana placidez. Reconozco en sus facciones un pasado iluso, un paso raudo, una taza de té hirviente.

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