Luego del ultraje mi yo se sentó en el rincón y se acurrucó. Yo seguía sentada en el escritorio catatónica, preguntándome porque no había hecho caso al instinto, qué significaba el ininterrumpido deseos de llorar durante un abrazo; esa sensación de felicidad moribunda. Mi yo estaba en el rincón, recogido, con la cabeza entre los brazos y las manos en puños cerrados, como atrapando la rabia. Daba lástima, se veía tan sucio... Se había marchitado como un arbusto al que le habían quitado el agua, y a pesar de que brillaba un sol a lo lejano, no era de ayuda. La luz le quemaba las hojas y se iba encogiendo, adelgazando en el rincón, tan sucio, tan gastado, tan viejo, como un papel arrugado, descascarandose junto a la pared, fundiendose cada vez más en la mugre, la inmundicia... y mientras ocurría aquello sentía que me miraba implorante, me pedía que lo recogiera y le devolviera el brillo y la pureza que un día tuvo. Y yo...yo ya no sentía nada.

3 Comments:

  1. Shemyr said...
    ¡Mierda!
    Shemyr said...
    Lo intencional.

    Discusiones sin helado de fruta.
    Shemyr said...
    Quiero sentirme identificado.

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