Y ya estaba harta de pisotear los papeles de prófugo y de caminar por las calles de una China postal, así como el tango mórbido de dos moscas en el aire y de los tapizadores de vidas. Harta de la flagrancia incomprendida de su delito, de las terapias, las charlas confabuladoras y de los psiquiatras; ellos no notaban que su crimen había sido cometido bajo la más absoluta perfidez mental, y ya era imposible que aquellos estúpidos escarabajos comprendieran que por fas o por nefas la loca debía ser enjaulada, que con o sin hachazo a mitad de cráneo aquel era su lugar, y que el hecho que había cometido no era sino una argucia para llegar tras los barrotes. Y qué poco importaba la vileza de aquel hombre, de cualquier manera el lugar que ocupaba era el de un occiso, y los dioses lo habían destinado a ello, sólo un vehículo más del azar; y el lugar de ella siempre sería el de una criminal, no la pobre golpeada y vejada injustamente, sino la criminal que había salido de la cocina con el cuchillo en la pretina de la falda, había recorrido como loca los tugurios en busca de su occiso, se había emborrachado adrede y regresado a su hogar. Ebria no sólo del pipeño más barato, sino de la certeza irreconciliable de que llegaría a ser lo que tenía que ser.
Había hablado con la esquizofrénica de al lado acerca de las intenciones y la premeditación, había afilado todos los cuchillos y había podado las hortensias. Luego de despachar a la vecina se había sentado apaciblemente a la mesa , con un cigarrillo y una taza de café, esperando con paciencia cesaran los efectos del alcohol; debía estar completamente lúcida en el crucial momento.
Cuando hubo llegado el occiso investido de alcohol y violencia había esbozado una sonrisa complaciente. Y, mientras este descargaba su ira contra lo que se encontraba a su paso, se levantó y observó sus cuchillos recién afilados, mas sabía que su crimen sería cometido con algo más contundente; algo tan contundente que les haría entender a todos la magnitud de su mente criminal. El hacha que reposaba en un rincón le dirigía un brillo travieso a través de su filo vertiginoso.
Al tomarla sintió una extraña opresión de felicidad, y sus débiles extremidades parecieron cobrar una fuerza anormal. Él estaba de espaldas , sólo un golpe limpio rasguñó el aire y su trabajo estuvo finiquitado. Con el paño de cocina se limpió las gotitas de rubí que habían salpicado su rostro, y devolvió con gesto cariñoso el hacha a su rincón. Mientras subía las escaleras contempló el producto de su trabajo, el cual reposaría ahí, en ese preciso y reciproco instante de incomprensión mutua, entre el mantel tejido a crochet y la pata coja de una silla , pues era poco criminal para ella dar sepultura al cadáver. Se quedaría ahí, hasta que lo fueran a buscar.
Etiquetas: Cuentos
saludos
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Desaparecí un poco, espero ponerme al día.
Mil besos
Mi corazon de PetenPan no desea crecer y solo te pido que no crezcas lo suficiente como para perder la frescura de tus letras.
Gracias