Bajó de la micro y apresuró el tranco a través de las calles infestadas de gente. Regaló codazos y empujones, se ganó unos cuantos insultos y bastantes pisotones, enfrentándose a la perpetua cellisca.

Bolsas por aquí, bolsas por acá, un puñado de impermeables, botas de goma, paraguas, diarios sobre las cabezas calvas, más botas de goma; interrumpiendo su camino.

Se ajustó el impermeable bruscamente, manifestando su impaciencia, su rabia contra la marea de gente; cosa ineluctable por aquellas horas, y por aquel día, y siguió recorriendo, manteniendo un ritmo vertiginoso, la vereda. Paso adelante, paso atrás, derecha, izquierda, traspiés, y no podía sino ceñirse al itinerario de aquella gente; no progresaba nada y la frustración provocaba que sus facciones enjutas se tiñeran de los más inefables colores.

Se zafó propinando nuevos empujones y cruzó la calle diagonalmente, pensando en la mejor manera de acortar camino por el interior de la borrasca de personas. Su respiración tronaba, pero al fin lo había conseguido, el callejón estaba casi vacío. Con una lentitud expectante su mirada se deslizaba por los letreros, identificando los nombres de los negocios.

Había llegado.

Al trote se aproximó a la especie de mostrador que se presentaba bajo el techo del local. Sus ávidos ojos redondos devoraron los títulos. Sin saber cómo el dinero saltó de su bolsillo y efectuó una transacción, ahora reposaba las rodillas en un banco de la estación; leyó, leyó y leyó.

Y que diantre! Era algo adictivo: toques por aquí , toques por allá y por acullá, caricias, libido al extremo , mujeres, hombres, todos hermosos, lencería negra y roja, comida afrodisíaca, sexo, deseo, islas...

Cerró la novela y se dirigió a su hogar, durante el trayecto de la micro siguió abismado con las novelas.

En silencio giró la llave de la puerta, entró y guardó en su pequeño estante el paraguas húmedo y colgó su impermeable.

Reptó a la habitación. Las cortinas estaban cerradas, dejó las novelas en el cajón del velador, se quitó los zapatos, abrió la ropa de la cama y susurró las historias al oído de su mujer.

1 Comment:

  1. El Doc said...
    ¿Sabes? Me pareció genial el giro argumental del tipo leyendo novelas eróticas... para al final regodearse junto a su mujer con ellas.

    Me sacaste una sonrisa. Gracias.

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