Idiotez

Un deltoide, una estupidez imaginaria,
un recelo, un resentido,
un falto de religión,
un amante del morbo,
un rectilíneo mal conjugado
un reptil ávido de atención,
un ególatra,
un idóneo idiota contratado.

Ron

Y crear, crear un perfecto cuadro etílico como ya no se ve
con la vista nublada de alcohol,
la botella bajo el brazo, la mirada brillante
con el viento escurriéndose entre las camisas,
las sombras desparramadas junto a un montón de vasos pláticos
en un valle lejano,
en un postrero alarido del tren de medianoche.











Caí, te vi, me encontraste boca arriba, anonadada, en el albañal, con la importancia entre los puños, arropada entre pañuelos perfumados; y me recogiste. Pude sonreír, intacta, exhausta, sudorosa, te adoré muda y te seguí por el camino hacia el fin, hasta que te inclinaste para despedirte...
Entonces te guarde en mi anal, entre un montón de papeles arrugados y descubrí que eras lo único que me había encontrado alguna vez.

BIFURCACIÓN

Después de la larga jornada, las orientaciones mal elaboradas y las indicaciones confusas le habían perdido. Tras vagar por la ciudad como un fantasma de acuarela, las calles se pintaban cada vez más parecidas y su dirección incierta.
Llevaba entre sus dedos el papel ahorcajado de la tarde anterior, y leía con frenética desesperación la caligrafía realizada en este con bolígrafo negro, alejándolo con su mano para distinguir la letra en medio de su miopía. El ocaso se mostraba violáceo, las luces de algunas tiendas se encendieron, los faroles las apoyaron, se acalló el tráfago en la autopista y cesó el calor quizás tragado por el pavimento o la penumbra; la tarde se escurrió lentamente por el desagüe.
Se detuvo frente a una cafetería y paseo por delante, observando a la gente aspirar el olor recalcitrante del café cortado. Giró con impaciencia como si una sutil reminiscencia le hubiera sorprendido en la vitrina, le pareció que no estaba perdido en lo absoluto. Se dejó arrastrar por el instinto, sin miedo, sin condimentar la mente con imaginaciones bastardas, inocuas, sin recurrir a nadie. Cruzó la calle semáforo en rojo, viró a su izquierda, cerca de una imprenta distinguió el callejón, se inmiscuyó entre esa y otras tantas callejuelas, vació su ingenio para pasar por albañales y espacios reducidos.
Las luces de la calle parpadearon unas veces antes de encenderse, ambos caminos se mostraron imponentes, la señaletica fue distinguida, se bifurcaba sarcásticamente. Se ofuscó, miró la calle vacía, una jauría se oyó a lo lejos, en medio de la dicotomía craneó una solución. Dobló en papel en cuatro, pensó en lanzar la moneda que no tenía a cara o sello, sonrió con extrañeza al final, contempló el poste divertido, se abrochó la chaqueta, se sentó a esperar.

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